Sudor, lágrimas y cariño

  • 4 septiembre, 2025
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Sudor, lágrimas y cariño

La sangría de establecimientos legendarios, que parecían eternos, continúa en Villena. Hace unos días cerraba sus puertas Panadería Dimas, uno de esos rincones que ya no eran solo comercios, sino memoria viva de la ciudad. Con ella se apaga, además del calor de un horno centenario, el eco de una manera de entender la vida, el trabajo y el barrio.

Detrás del mostrador de Panadería Dimas no solo se vendía pan. Se despachaban momentos, recuerdos. Historias familiares cocidas a fuego lento, con el olor del pan recién hecho mezclado con algún chascarrillo, alguna broma y, en la mayoría de los casos, un vínculo familiar entre sus propietarios y la clientela fiel que fue mucha y variadas a los largo de los años

La panadería fue fundada en 1912 por Dimas García Tendero, quien empezó con lo justo: un saco de harina prestado, una buena dosis de voluntad y el valor de quien cree en sus manos. No hubo grandes capitales pero sí algo que tiene mucha más importancia: trabajo, constancia y la visión de convertir dos casas viejas en una esquina cálida donde el negocio prosperara sin perder la cercanía con el pueblo. En tiempos en los que muchas mujeres amasaban en casa, llevaban sus latas de masa al horno y allí se cocían, como también se cocían patatas y manzanas.

Caso aparte merecían las fechas señaladas. En Fiestas porque los grandes protagonistas eran los rollicos o almendraos, si la cosecha de almendra había sido buena. En Pascuas porque llegaba el momento de las toñas, tan características en ese momento del año. En el invierno porque por unos céntimos las personas mayores tenían su palada de brasas en su brasero de cisco. Una familia.

Después llegaron los hijos, los nietos —quienes aprendieron el oficio desde bien pequeños encaramados a una caja de madera para sobresalir por encima del mostrador—, las tortas de gazpachos, las barras a peseta y los panecillos de cincuenta céntimos. También las noches sin descanso, los domingos en vela y ese mandamiento no escrito de que «no podías ponerte malo». El oficio, en palabras de Jerónimo, yerno del fundador, «era de sudor y muchas lágrimas». Pero también de risas, bromas y cariño.

No hay en estas líneas una queja, ni una reivindicación vacía. Solo, quizás, un amago de nostalgia. Solo una despedida con gratitud. Porque como decía Pío, uno de los nietos de aquel Dimas que iniciara el negocio hace más de un siglo: «todo empieza y todo tiene un fin». Lo difícil no es que cierre un negocio, sino que desaparezca un símbolo. Y Panadería Dimas lo era.

Villena cambia, es algo natural. Como cambian los barrios, las rutinas, las personas. Pero es importante no perder la memoria de lo que fuimos. Y lo fuimos gracias a lugares como este. Hicieron comunidad, hicieron familia. Nos hicieron cómplices de algo suyo. Con sus luces y sus sombras. Con sus penas y sus alegrías. Nos dieron pan… y nos enseñaron que las cosas hechas con amor y dedicación, aunque tengan fecha de caducidad, dejan una huella imborrable.

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