Las puertas del Rabal

  • 9 agosto, 2025
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Las puertas del Rabal


Callejear. Me gusta patear calles sin orden ni concierto. Puede que empiece a subir por San Isidro, cruzo el semáforo, sigo subiendo y en la calle del Copo decido doblar hacia la derecha, para ver los flamencos del balcón de Juani. Recorro la calzada hasta que me desvío por Sorolla y entro en Verónica y desde ahí subo y bajo por distintas arterias del Rabal ¿Con qué propósito lo hago? Con ninguno en concreto, me gusta ir a la izquierda, a la derecha, hacia arriba, al lado, al otro lado, hasta que casi estoy perdida ¿Por qué? Porque es la manera de conocer más vías, de contemplar casas que nunca había visto o visitar algunas donde nació un amigo, como la Calle del Palomar, la de mi amigo Alfredo, y pararme delante de una puerta que seguramente nunca traspasaré y ver si es nueva, antigua, de madera, de cristal, o de aluminio; si es hermosa o muy sencilla; si está cuidada o si hace años que nadie la abre.

Hay puertas diminutas ¿Acaso antes la gente era más bajita? Las hay con un solo escalón, pero enorme ¿Quién tenía las piernas tan largas como para bajar ese gran peldaño? Hay puertas estrechas, de una sola hoja, sencillas; otras de doble hoja, con un gran trabajo de ebanistería, como obras de arte, son puertas que se han querido guapas, para que pases por delante y te pares a contemplarlas. Las hay con aldabas discretas y otras que son grandes manos, quizás las de Gulliver en el país de Liliput. Hay puertas de madera maciza que no dejan ver nada del interior, como la de María Dolores, y otras que tienen vanos de cristal por donde, si no tienen visillos, te puedes asomar y cotillear, como hago en la panadería de Verdú donde está Pepa o en la de Petri, para echar un vistazo a la bollería. Y si tienen cortinas, sabrás que ahí vive alguien muy mañosa que domina el bordado, el ganchillo o los bolillos.
Algunas puertas duermen sin que nadie las moleste desde tiempos inmemoriales y encima aún conservan un cartel que nos da a conocer que ahí hubo un negocio que tuvo abierta su puerta durante años, de donde salieron productos que disfrutaron muchas personas, hasta que un día el dueño se jubiló o murió y se echó la llave para no volver a abrir, como el taller de muebles de Alfonso Ballester, o la carpintería al lado de San Antón.

Hay puertas que son amigas y sí se han abierto para mí. Incluso alguna la abro varias veces al mes, es la puerta de la Tercia, antiguo colegio donde muchos niños y niñas aprendieron a leer y escribir. Algunos son miembros de nuestra Tertulia, Las Charraícas de la Tercia, que este año cumple su décimo aniversario. Empezamos con Antonio y María José, seguimos con MÁngeles y María José y ahora estamos con Esther y Àngels.

La puerta de nuestra Tertulia y de nuestro Club de Lectura de la Sede es de madera maciza, que se atranca y hay que sacar músculo para poderla abrir sobre todo cuando llueve. La humedad la pone hermosa y coge cuerpo ¡Olé la puerta que adelgaza y engorda, que está viva y tiene personalidad! Porque a veces nos cuesta Dios y ayuda poder atravesar su umbral.

Por estos barrios existen puertas muy queridas, por ellas salen y entran muchos pies. Pies pequeños, grandes, con tacones finos, con zapatillas de deporte, sandalias, zapatos de maseros, con alpargatas, con botas, o de los domingos, para ir a misa, porque son puertas que llevan a mucha gente a reunirse y echar un buen rato charlando, comiendo, bebiendo, orando, leyendo, escribiendo o preparando las fiestas ¿Qué fiestas? Pues las del Medievo, Semana Santa, la Feria del Libro, Moros y Cristianos, la de Todos los Santos, la Navidad.

Las puertas siempre están dispuestas a abrirse para recibir, como las de Santa María, las de San Antón, las de la Kakv, el Quebra, los Labradores, los Nazaríes, la Bodega del Caracol, el Rincón de la Cerveza, los Moros Nuevos…, las de las amigas y amigos.
Y seguro que habrá alguna puerta deseando que alguien se fije en ella para que meta la llave en su cerradura, dé una o dos vueltas y la abra, y seguir siendo una puerta viva.

Hoy me he paseado por el Rabal y he fotografiado varias puertas, otro año pasearé por otros lugares donde hay portones enamorados de macetas.
Y ahora, despacito, entorno mi puerta. No echo la llave, si quieres, pasa.

Rosa Llorens Ronda

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