¡Katakí la bajoka!
- 7 noviembre, 2025
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Qué socorrida aquella frase de que una imagen vale más que mil palabras y qué cierta también. Lo es en la mayoría de los casos y lo es porque transmite la idea de que una sola imagen puede comunicar, evocar o representar una gran cantidad de información, emociones o significados de forma más inmediata y poderosa de lo que lo puede hacer un texto, por extenso que este sea.
En muchas ocasiones, las personas tenemos mayor facilidad para comprender aquello que se nos trata de comunicar desde nuestro enfoque visual, ya sea por los matices que dicha imagen tenga, por su belleza artística, que nos permite captar matices relacionados con las emociones o por su simbolismo puro y duro. Pero lo que está claro es que las imágenes activan diferentes áreas del cerebro y permiten una comprensión y una aprehensión más rápida y efectiva.
En la fotografía que acompaña a este artículo, se dan todas estas circunstancias. Hay belleza y hay simbolismo. Pero, sobre todo, hay historia. La de los casi cien años de existencia de las bodegas de Ricardo Menor, ubicadas en la carretera de Yecla desde su fundación, en 1922, hasta su recordada y también lamentada desaparición en 2016. Pero también la historia inherente a esas marcas que tenían registradas.
De derecha a izquierda, tendríamos en primer lugar el Cantueso, una bebida alcohólica que tiene como ingrediente un tipo particular de tomillo, planta más propia de zonas cercanas a Villena pero que, forma parte de nuestro folklore, sobre todo cuando llegan las Fiestas y sobre todo en las Dianas. Uno de esos famosos «calenticos» que durante generaciones han servido para «resucitar» y dar gasolina a los que se levantaban temprano en esos primeros días de septiembre.
Luego viene el anís Villena, con su característica botella y su no menos característica etiqueta, tan villenera, tan de nuestra tierra, donde se aprecia al detalle una panorámica de la ciudad, con las dos torres, la de Santiago y de la Santa María flanqueando al castillo de la Atalaya. Y, por encima de la ilustración, el escudo de la misma.
Y, a la izquierda, el Katakí, denominación cuyo origen se debe a una expresión en desuso en la actualidad, pero muy utilizada por las generaciones que nos precedieron: «¡Cata’quí!», muchas veces acompañada de la coletilla «la bajoca». Una expresión que parecía no decir nada pero que decía mucho, algo así como un comodín del habla villenera.
Leo en una entrevista de Ricardo Menor, nieto del fundador de la empresa, que la idea de este era poner otros nombres al licor, pero al estar todas sus opciones ya registradas, se decidió por esta expresión que, además de exclusividad, le daba al mismo autenticidad, una denominación con la que el villenero se sentía fácilmente identificado.
Por desgracia, el tiempo pudo con una empresa casi centenaria, como antes y después les pasó a otras. Victimas del progreso o tal vez del ritmo vertiginoso de una sociedad que, a veces, tiene su pulso acelerado en exceso. ¿Progreso? ¿Mirar hacia delante? ¿Seguir avanzando? En ocasiones me pregunto para llegar a dónde.