Coincidencia geográfica

  • 21 febrero, 2013
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Objetivo 92. Aquel programa que, durante varios años, retransmitió televisión española. Un escaparate, decían, en el que se nos daba a conocer a los potenciales atletas que nos iban a representar en los entonces lejanos – por futuros – Juegos Olímpicos de Barcelona y que hoy nos son tan lejanos –por pasados- como lo fueron entonces. Muchos, la mayoría de los atletas que se enfrentaban representando a las diferentes comunidades autónomas, quedarían más tarde en el olvido; muy pocos llegaron a participar en la olimpiada. Sin embargo, en ese momento, se nos vendían como los protagonistas de aquel evento deportivo que iba a lanzar la imagen de España por todos los rincones del mundo.

 

No es mucho lo que recuerdo de aquel programa. Sí tengo, por el contrario, la vívida imagen de una carrera en la que participaba una atleta local, Catina  Milán. La expectación era enorme en mi colegio. No en vano, era compañera de clase y en una sociedad que todavía no se había visto afectada por el virus de la globalización, que alguien conocido, incluso cercano, saliera en televisión era poco menos que un hito.

 

Así que nos aprestamos a plantarnos frente a la pantalla para darle ánimos en la distancia. Lo cierto es que no tuvo mucha suerte. A las primeras de cambio, tropezó con otra atleta y se dio de bruces contra el suelo. No obstante, Catina era, supongo que sigue siéndolo, persona de carácter. Así que, lejos de rendirse, se levantó, apretó los dientes y se fue en busca del grupo de rivales. Consiguió alcanzarlas, consiguió adelantarlas e, incluso, estuvo liderando la prueba durante bastantes metros. Sin embargo, no se trataba de una película en que todo es posible, sino de la vida real. Terminó pagando el esfuerza. Desfondada, fue perdiendo puestos hasta acabar de las últimas, para decepción suya y de todos los que, en ese instante, sentíamos el dolor de sus piernas en las nuestras, y nos ahogábamos de igual manera por el pulso excesivamente acelerado de su corazón.

 

No sé mucho de ella. Las circunstancias y la vida la llevaron fuera de Villena. Y tampoco es que fuéramos íntimos en nuestros tiempos escolares. Sí, estuvo ese momento de estrecha afinidad, como también la tuvieron el resto de compañeros de clase. Y lo cierto, es que ese momento llegó por una cuestión de coincidencia geográfica. Las mismas circunstancias que a ella la llevaron de adulta fuera de Villena, o que hicieron que yo me quedara, decidieron que, naciéramos en la misma ciudad; que estudiáramos en el mismo colegio y que, por un breve instante, apretara los dientes con ella, me dejara llevar por su ánimo irracional y me hundiera lejos de los puestos de cabeza en su compañía. Sin embargo, podía haber sido de otra manera. Nuestros caminos podían no haberse cruzado nunca. Hasta podría haber sido a otra atleta a la que hubiera animado aquella lejana tarde ochentera.

 

Pensaba en todo esto un par de fines de semana atrás mientras aplaudía cada punto de Tita Torró en su partido de copa federación. No conozco a la chica. Como mucho, a sus padres de vista, de verlos por la Grícola (discúlpeseme una vez más la expresión). Pero mientras se jugaba el punto decisivo para España, la animaba como si fuera alguien importante en mi vida, más incluso que al resto de tenistas. Hace ya un tiempo que le sigo la pista, al igual que ocurre con cualquier villenense que destaque. Cuando veo un titular que hable de un paisano, enseguida centro mi atención en el artículo. Y es que, aunque analizado fríamente, no sea más que un razonamiento peregrino, no puedo evitar dejarme llevar por la coincidencia geográfica que me une a ellos.

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