1999-2009: Mi década en los Marinos

  • 3 septiembre, 2009
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Por si alguien todavía no se ha enterado diré que la comparsa a la que pertenezco celebra este año el 125 Aniversario de su fundación, 125 años de historia colectiva en la que cada uno de sus socios tiene a su vez su particular y pequeña historia. Y como de la Historia de la Comparsa ya habrá ocasión de hablar, voy a contarles ahora la historia que mejor conozco, mi historia en la comparsa de Marinos Corsarios. 

Mi pertenencia a los Marinos Corsarios es relativamente reciente. No soy corsaria de nacimiento ni tengo antecesores en la comparsa. Durante muchos años pertenecí a la extensa comparsa de los llamados “mirones” cuya intervención en las fiestas considero esencial.  Cuando la reforma de los estatutos de la Junta Central permitió la participación de la mujer en las fiestas, mis amigas  fueron apuntándose paulatinamente a  diversas comparsas según gustos. Que no se unieran en bloque a una comparsa  evitó en parte que para no sentirme “fuera de lugar” tuviera que apuntarme con ellas. Eso, unido al hecho de que siempre tenía exámenes en   Fiestas, aletargó bastante mi “necesidad” de pertenecer a una comparsa. Y no sé si en aquel letargo influirían también  aquellos  “porros de romero” inventados una noche de  Troya,  auténtico romero de monte liado en papel de fumar, que  ni colocaba ni nada, pero ardía como la pólvora y dejaba en el ambiente un olorcito a gazpachos que tumbaba. Algún efecto secundario tenían que tener.  

El caso es que mi primer contacto con la comparsa de Marinos Corsarios tiene  ocasión en un lugar y un ambiente nada relacionado con las Fiestas de Moros y Cristianos. ¿Les suena lo de Juventudes Marianas Vicencianas? Yo sé que a algunos sí, y a quienes no simplemente les explicaré brevemente que en el colegio de las Paulas un grupo de jóvenes teníamos reuniones semanales para recibir y/o dar catequesis, compartir experiencias y hablar de la vida en general. A aquellas reuniones semanales llegaron unos muchachos que en ocasiones vestían  unos curiosos polos, todos igualitos, en los que aparecía dibujado un marino corsario  de espaldas “echando un chorrico”. Y así rezaba la leyenda que acompañaba a la imagen: GRUPO EL CHORRICO. Nos hablaban de  sus obligaciones con “la Ofrenda”, dedicaron muchas tardes de sábado a enseñar a jugar al truque a algunas alumnas aventajadas. Otras no lo éramos tanto y cejamos en el intento. Con el tiempo y una caña, los contactos con los “Chorrico” eran más habituales, más continuos y lo que nos unió en Juventudes acabó uniéndonos también en   “la Ofrenda” en cuya elaboración mis amigas, que yo no tanto, colaboraron durante algunos años. La cita a las 22:00 horas en las Eras o local que correspondiera era casi obligatoria: allí las tenías pegando azulejos, o picados o alubias y compartiendo con aquellos “curiosos marinos corsarios” muchos buenos raticos. Asistiendo a la Ofrenda ampliaron el círculo de amigos en la comparsa. Yo no era de las más asiduas ni fieles colaboradoras en las ofrendas  porque entre otras cosas, dedicaba casi todas las horas de mi tiempo, y ahora pienso que quizás demasiadas, a mis estudios de Derecho que andaban por esa época un tanto torcidos. Pero los amigos de mis amigas son mis amigos y la comparsa de Marinos Corsarios fue entonces la preferida entre todas por ser la comparsa en que más amigos teníamos. 

Después aquellas amistades devinieron en algunos romances que terminaron con boda. Lo que los Marinos Corsarios han unido…Les ahorraré los detalles pero confesaré que yo fui una de las enamoradas que se rindió a los encantos de un Marino Corsario de fieles convicciones y gran dedicación y cariño por su comparsa. Lo que sigue es de pura lógica: si los Marinos Corsarios no van a Mahoma, Mahoma se apuntará a los Marinos Corsarios. Así que, en acabarse las fiestas del año 1999 sin más demora y más pensamiento, me apunto a la comparsa. Pero no me decido a hacerme el traje porque no siento verdadera  ansia por desfilar. En  las fiestas del año siguiente,  mi hermana que  sabe más de estas cosas, me anima a  vestir de  villenera para que en la Ofrenda desfile del brazo de mi novio como manda la tradición. Y yo me veo y no me creo. Y los que me ven, me miran dos veces. No  me reconocen. Con lo heavy que he sido yo para estas cosas.   

Una vez experimentada la Ofrenda, hay que probar el resto y, para  que vaya entrando en materia y a ver si me animo del todo, las amigas del grupo Nayarit (ahora Catalejo) me invitan a desfilar con ellas en el desfile del día 9. Agradecida me enfundo un  traje prestado y  hago mi primera incursión en el desfile del día 9 y aunque reconozco que lo pasé bien, descubrí por primera vez que era un poquito torpe a la hora de desfilar. Y eso que el día nueve, casi no se desfila, que más bien se anda. Imagínate un día 5. 

Pero pese a mi torpeza de novata,  estas buenas  gentes siguen teniendo fe en mí y continúan pensando que soy un diamante en bruto, que tengo que probarlo de nuevo para cogerle el gusto. Y al año siguiente, la Escuadra de Colombinas, el año de su estreno como tal escuadra especial, me invita a ser una más de ellas. Muchas dudas y finalmente, animada por la confianza que han depositado en mí, y decidida a tener una nueva experiencia y vivir las fiestas de manera intensa, digo sí. ¡En la vida! Menudo sacrificio el de estas mujeres: maquillaje, retoque del maquillaje, enfundarse trajes a veces difíciles de soportar, botas insufribles, gorros que se caen, sonrisa permanente y paso impoluto. ¿Iba a poder yo con todo eso? Nooo. Lo intenté, de verdad que lo intenté. En cada metro de desfile perdía el paso diez o doce veces: has perdido el paso, decía la de mi derecha. Mira al cabo, decía la de mi izquierda. Llevas cambiado el paso otra vez. No vayas tan seria, me decía mi hermano entre el público. Pero no podía, leches. Si sonreía, me desconcentraba en lo de seguir el paso; y si me concentraba en el paso, no podía sonreír, que para mí la cosa era muy seria. Y no eran  sólo los pies, ¡es que también había que mover la mano! Lo que me faltaba, mano y pie a la vez en movimiento coordinado. Je, je. Y encima no me podía esconder detrás de nadie para disimular que me perdía porque no había nadie detrás de quien esconderse. Yo no  me comía la Corredera; la  Corredera me comía a mí.   Así que, aunque me sentía  muy bien acogida no volví a desfilar con las Colombinas. Y creo que fue mi mejor decisión porque desde que yo no desfilo con ellas, han pescao premio de escuadra o cabo, todos los años.   ¿Coincidencia? Por si acaso y  para que la cosa no se tuerza, mejor me quedo a verlas y que sigan recibiendo muchos premios más.  

También he compartido fila con las veteranas Nereidas; y con las animosas Vigías, y con las socias que andan por el mundo sin agrupar, pero que no; que lo mío no es lo de “nos vemos el día 5 en la Losilla”. Yo el día 5 a comer cocido en casa de mi progenitora y esperar a la Banda a la altura del Consum. Y de ahí a ver la Entrada donde se tercie y como mucho, a la Carroza con la chiquilla. 

Pero si lo de desfilar definitivamente no es lo mío, sí me siento plenamente integrada en la comparsa, tanto que al cabo de unos pocos años de pertenencia a ella, hago de “mantenedora” en las Cenas de Día 4. Y un buen día uno de aquellos “Chorrico” recuerda mi experiencia artística en Juventudes Marianas Vicencianas y me incorpora al elenco de artistas de los actos de presentación. Y aunque un poco tímida al principio porque los años no pasan en valde, allá que me lanzo, e incluso repito. Y después  me convierto en Cronista. Eso es lo mío, contar los toros desde la barrera.  

En fin, compañeros Marinos, que aunque nunca he hecho una gachamiga, nunca he movido la maza del ajo, nunca he jugado al truque, no siento el cosquilleo del Día 5 en la Losilla, y no me veréis en muchas Dianas, hace una década que soy y me siento “una de las vuestras”.   

Feliz 125 Aniversario. Que cumpláis muchos más y yo que lo vea junto a vosotros.

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