Un animal sobre el asfalto

  • 3 noviembre, 2023
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Un animal sobre el asfalto

En las últimas semanas he estado buscando sin éxito un soneto que, con el título que corona este artículo, compuse a propósito de las sensaciones que me produjo la primera vez que lo vi al frente de su bloque de Marruecos. Quizás sea mejor no haber dado con él. Al fin y al cabo, la poesía nunca ha sido mi fuerte.

Sin embargo, al igual que ocurre con aquellas sensaciones, guardo en un lugar preferente de mi memoria lo que quise expresar en ese puñado de versos, aunque posiblemente, de todos ellos, el que mejor lo resume es precisamente su título. Porque eso era él en el desfile, un animal desatado capaz de contagiar, por un lado, a aquellas filas de festeros que, en perfecta comunión con su cabo, arrancaban, braceaban, gritaban y desfilaban como un todo perfectamente engrasado y pleno de motivación. Por otro, al público que lo veía venir en la distancia, con aquella energía única, con su carisma, con su planta.

Energía. Sí. La que atesoraba hasta límites insospechados y le permitía abordar cualquier empresa sin que hubiera dificultad alguna que se le interpusiera. La misma energía que empujaba a los demás a seguirle sin pestañear, sin dudarlo, como ese bloque de Marruecos cómplices.

Carisma. También. El que irradiaba de manera natural, como un gen que formaba parte de su ser y le permitía guiar en lugar de dejarse conducir, que le daba la facultad de liderar sin ambages.

Y su planta, ese corpachón pleno de humanidad que había tenido a bien darle la naturaleza.

Por eso cuesta tanto hacerse a la idea. Porque su energía parecía inagotable. De hecho, a ojos de quienes lo conocíamos, si había un firme candidato a vencer ese mala enfermedad que por desgracia convive a diario con todos nosotros, era sin duda él.

Por eso se ha hecho tan grande el vacío que ha dejado. Porque su carisma llenaba cada rincón, ocupaba un lugar preferente allá donde se presentara.

Por eso se nos antojará durante mucho tiempo que pueda aparecer en cualquier momento, cruzando la calle, al volver una esquina o viniendo desde lejos, encabezando ese bloque de Marruecos avanzando en perfecta comunión con él. 

Con su energía. Con su carisma. Con su planta.

Quiso el azar que compartiéramos un época de nuestras vidas y de ella conservo buenos recuerdos. Diseñó la portada de mi primer libro, el de “Los Titos”. Colaboramos en un álbum ilustrado que con el título de Sonrisas en la oscuridad, dejó detrás un proyecto frustrado y una bonita historia. 

Cuando supe de lo suyo no me lo creí. Cuando supe de su pérdida todavía me lo creí menos. Como todos. Ahora, el vacío que deja es también el nuestro. La energía que nos falta es la que él nos transmitía. El carisma que echaremos de menos es el que se ha ido con él. 

Sin embargo y por fortuna, siempre nos quedarán los momentos que compartimos.

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