Suena el viento en los álamos del río…

  • 12 junio, 2023
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Suena el viento en los álamos del río…

Paseando por la huerta de Villena una de estas mañanas, pude observar cómo estaban talando unos álamos o chopos –plantas del género Populus L.– en la puerta de una casa. En tres días, de esbeltos árboles de tronco recto y blanco, pasaron a desaparecer por completo. ¡Qué efímera es la vida en manos de los ejecutores! Pueden ser muchas las razones que justifiquen llevar a cabo esa atrocidad. La más común es el hecho de que es un género propio de las regiones templadas del hemisferio norte, que llega al Mediterráneo siguiendo los ríos y zonas húmedas. Sólo hay que leer a Antonio Machado para entender que los álamos y chopos son árboles de ribera; o también al recientemente fallecido Antonio Gala, quien en su novela Muerte en el Jardín ve el negro futuro de los chopos en la tapia: “Hay que talar los cipreses de la tapia. Y esos dos álamos, porque sus raíces levantarán las piedras”. La conclusión es que son árboles que requieren de mucha agua y esta necesidad es la causa por la que sus raíces la buscan incansablemente, encontrándola en tuberías y piscinas, lo cual los convierte en enemigos a erradicar. Y es que, en muchas ocasiones, subestimamos la fuerza de la naturaleza; así que, la solución es no plantar chopos si no podemos darles de beber.

Aun así, son árboles muy populares que se han plantado desde antiguo y precisamente su nombre genérico en latín, Populus, los hacen todavía más cercanos. Populus significa “el pueblo”, y podríamos decir que es el árbol del pueblo. Álamos o chopos se plantan por su rápido crecimiento, su fácil reproducción vegetativa por estaquillas, y también porque dan buena sombra. Pertenecen a la familia de las Salicaceae y la única especie que parece ser autóctona, de las tres que habitan en la Península ibérica, es el álamo blanco (Populus alba L.). Esta especie ser reconoce muy fácilmente por sus hojas de color verde por el haz y blanco-algodonosas por el envés y es frecuente en nuestros ríos; aunque también son comunes el chopo negro (Populus nigra L.) –de hojas verde brillantes, sin pelos, por las dos caras e inflorescencias viscosas, sin pelos– y el álamo temblón (Populus tremula L.) –parecido al anterior, pero con inflorescencias no viscosas, algo pelosas–, cuyo híbrido con P. alba es el denominado álamo cano (Populus × canescens (Aiton) Sm.). Son todas ellas especies dioicas, es decir que hay plantas masculinas y femeninas independientes, y son las femeninas las responsables de que, después de la floración, veamos flotando en el aire copos de algodón; tantos que, incluso a veces, parece que haya nevado. Ellos son las semillas, en las que los granos están rodeados de un arilo de pelos blancos que les facilita el vuelo, su particular manera de dispersión por el viento (anemocoria).

Por proximidad es interesante nombrar a un chopo especial, Populus euphratica Olivier, originario del río Éufrates y del que se encuentran algunos ejemplares en una acequia próxima al río Vinalopó, a su paso por Elche; y es por ello que también se le conoce en España como el “chopo ilicitano”. No está claro su origen. Para unos llegó a la Península de la mano de los musulmanes, desde el norte de África; pero otros dudan que fuera así, ya que nuestro gran botánico viajero A.J. Cavanilles no indicó su presencia en la huerta ilicitana a finales del siglo XVIII, lo que apuntaría a una introducción posterior. Como dato curioso diremos que todos los pies que se conservan (más de 200) son hembras, y eso es así porque todos son clones de una misma planta… ¿quizá la llegó antaño? Debe tenerse en cuenta que esto no es excepcional: los árboles de ribera, como los chopos o los sauces, tienen que adaptarse a las crecidas de los ríos. Por eso, cuando caen arrastrados por el agua, y se cubren de sedimentos, salen chupones del tronco y rebrotes de sus raíces enterradas, creciendo rápido y transformándose en árboles que parecen individuos independientes; aunque, en realidad, proceden todos de un mismo árbol, que cayó tumbado por la fuerza de la avenida.

Además de ser apreciadas plantas ornamentales, los álamos se han utilizado en la industria para producir pasta de papel, para fabricar cajas y embalajes de madera, o para teñir de amarillo o aclarar otros tintes. En medicina natural, la infusión de sus hojas y corteza ayuda a la digestión. Y lo que mucha gente ignora es que la famosa Gioconda o Mona Lisa, de Leonardo da Vinci, fue pintada sobre una tabla de madera de álamo. En la antigua Grecia era un árbol muy vinculado a los camposantos y monumentos funerarios, ya que en su mitología Hades convirtió a la ninfa Leuce en un álamo blanco en los Campos Elíseos, donde moraban las almas de los muertos.

Moraleja: conocer la biología de los árboles que elegimos para plantarlos en nuestros terrenos nos evitará problemas futuros.

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