Salvatierra llama a la acción para exigir una planificación del territorio y evitar más destrucción del paisaje

  • 10 noviembre, 2025
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Salvatierra llama a la acción para exigir una planificación del territorio y evitar más destrucción del paisaje

El pasado sábado 8 de noviembre, cerca de ochenta personas nos reunimos en el valle de Villena para recorrer, en cuatro paradas, el territorio amenazado por los proyectos de macroplantas fotovoltaicas. Fue una jornada de encuentro y de conciencia, un caminar compartido entre almendros y cerezos arrancados, lomas y horizontes abiertos, donde la tierra habló a través de quienes la habitan y la sienten suya. En cada parada, a la sombra de los pinares o frente a los antiguos campos de cultivo ahora explanados y compactados, se explicó la situación de los distintos proyectos y se compartió información sobre las alegaciones que la Asociación Salvatierra ha presentado para intentar frenar esta transformación del paisaje.

El recorrido no fue solo informativo: fue un acto de reconocimiento y pertenencia. En él se habló de las especies que están en riesgo de desaparecer del valle y, con ellas, de una parte de nuestra memoria biológica y cultural. Nombramos al águila real, al búho real, a la culebrera europea, al murciélago ratonero patudo, a las aves esteparias como la ganga o el sisón, y a tantas otras especies que aún sobreviven en los márgenes de nuestros caminos y cultivos. Se mencionó también la singular flora de los arenales del Puerto, con endemismos únicos en la península ibérica. Son tesoros discretos, silenciosos, pero esenciales. Cada uno de ellos representa un equilibrio, una historia y una forma de vida que desaparecerá -casi de forma cierta- bajo una capa de metal y la tecnología del silicio.

A lo largo del recorrido se repitió una reflexión que todos sentimos como propia: hemos fallado en nuestra obligación de custodiar y proteger estas tierras. Hemos fallado en lo político, al permitir que la falta de planificación y la presión empresarial dicten el futuro de nuestro territorio. Hemos fallado en lo social, al aceptar como inevitable la degradación del entorno rural, la pérdida de cultivos, de oficios y de vínculos comunitarios. Y hemos fallado en lo ciudadano, al no levantar la voz a tiempo, al creer que lo que ocurre en los despachos no nos alcanza, cuando en realidad se traduce en vallas, transformadores y alambradas sobre nuestra propia tierra.

Pero reconocer este fracaso no significa rendirse; al contrario, es el primer paso para rearmarnos moral y colectivamente. Es el momento de aprender, de organizarnos y de recuperar la conciencia de comunidad. Los grandes desafíos de nuestro tiempo —la crisis climática, la pérdida de biodiversidad, la desigualdad energética— no son cuestiones abstractas ni lejanas. Están aquí, en el modo en que gestionamos el agua, en cómo usamos la tierra, en quién decide qué se instala y para quién. Lo global aterriza en nuestro entorno: en la parcela del agricultor, en la colina del caminante, en la vista que se pierde hacia la Sierra de Salinas.

El valle de Villena no es solo un espacio geográfico; es un paisaje de vida compartida, una trama de relaciones entre personas, suelos, cultivos y especies. Cada senda, cada balsa, cada bancal encierra una historia. Defenderlo no es un gesto romántico ni una resistencia nostálgica: es un acto profundamente racional y necesario. Porque si destruimos estos equilibrios, destruimos también las condiciones mismas de la vida.

Por eso, la caminata del 8 de noviembre fue mucho más que una protesta. Fue una reafirmación colectiva de responsabilidad. Entendimos que el tiempo de la queja ha de dar paso al tiempo de la acción. Que debemos exigir una planificación coherente, apostar por las comunidades energéticas locales y construir una transición ecológica que sea justa y respetuosa, no impuesta ni extractiva.

El recorrido concluyó con un sentimiento compartido: no todo está perdido si somos capaces de aprender de este momento. Debemos recuperar la palabra, la presencia y la esperanza. Reorganizarnos como vecinos, agricultores, naturalistas, educadores, jóvenes y mayores. Porque este valle aún late, y mientras haya quienes lo recorran, lo nombren y lo defiendan, seguirá siendo territorio vivo, digno y libre.

Que cada paso que dimos aquel día sirva para recordarnos que no hay transición ecológica posible sin justicia territorial, y que defender la tierra no es mirar al pasado, sino proteger el futuro que queremos habitar.

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