Medias tintas

  • 21 diciembre, 2022
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Medias tintas

Dejamos atrás los días de Todos los Santos y Fieles difuntos y el tan llevado y traído Halloween, el debate entre los puristas que defienden la tradición española frente a la anglosajona y los eclécticos, que le damos a todo. Un día vestimos al niño con algún disfraz horrendo y sangriento para el truco y trato por los comercios, y el día de Todos los Santos, paseíto por el cementerio, para honrar a nuestros fallecidos. No es de extrañar sabiendo que somos un país que se ha hecho a base de costumbres tomadas de las civilizaciones varias que han ido ocupando el territorio íbero y que nos gusta mucho la fiesta, ¡que leches!
Yo era de religión. Estudié la EGB en un colegio religioso y continué mi formación recibiendo y dando catequesis en un grupo de jóvenes. De repente un día, sin más, me pareció que había dejado de creer. Supuse una crisis de fe combinada con una saturación de acontecimientos desastrosos. Lo del pecado no es fácil de asimilar. Tampoco que la culpa deba de ser siempre de nosotros, pobres pecadores.
El principio de la crisis es confuso. Como cuando un ex fumador se convierte en el mayor detractor de los fumadores. La duda te va minando por dentro y te cuestionas todo.
Pero pese a todo, me casé por la iglesia, bauticé a mis hijos, voy a misa si es cosa de bodas, bautizos y comuniones, y lamentablemente entierros, pero quizá más por costumbre que por convencimiento. Aunque es cierto aquello de que quien tuvo, retuvo.

Mis dos hijos, los debidamente bautizados, estudian en un colegio público y laico por elección, pero cuando nos daban la fichita para elegir Religión o Valores (esta denominación va cambiando según reformas de la ley sobre la educación), elegí por ellos religión. No me parece mal que aprendan el porqué de muchas de nuestras costumbres y celebraciones, que sepan porqué cada Navidad les montamos el chiringuito a María, José y Jesús. De dónde vienen los Reyes Magos; porqué hay un señor en una cruz con semblante doloroso, en las iglesias. Y tantos otros porqués. Y tampoco está de más que les hablen del amor al prójimo, el perdón etc; lo que en asignatura alternativa equivaldría a empatía, solidaridad, respeto pero sin que medie el “pecado” de por medio.

El mayor aguantó hasta tercer curso de infantil y me dijo que ya estaba bien del “corderito de Dios”, que ya lo sabía todo y que se aburría en clase de religión y que para próximas ocasiones marcara V (de valores) en vez de R (de religión). Y así se hizo. Lo intenté con el primer año de catequesis precomunión, pero tampoco hubo manera. Ni siquiera tratando de sobornarlo, y aunque suene mal así fue, con el traje y los regalos. Para los regalos, ya hay momentos suficientes, los cumples, las Navidades. Y así se justificó.
El mismo método con el hijo pequeño, mismo entorno, mismo lugar y sin embargo, he aquí un entusiasta de las historias sobre Jesucristo, admirador de las representaciones de Vírgenes y santos. El arte sacro, en general. Quizá se quede en la parte superficial, pero ahí está. Ahora bien, ni catequesis ni primera comunión. Ni traje, ni fiesta, ni regalos.

Opiniones para todos los gustos. Que eso de darles tanta libertad, que antes se comulgaba sí, o sí, y no se nos preguntaba. Bueno, pues en eso hemos ganado, digo yo. También me han llamado incoherente. Yo prefiero llamarme “mediatinta”, porque no todo es blanco o negro. ¿Por qué elegir entre Papá Noel o los Reyes, si podemos tener a los cuatro? Un ejemplo vanal, en toda regla.
Los fundamentalismos son terribles, los “mediastintas” deberíamos dominar el mundo. Queda dicho.

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