Madre

  • 31 agosto, 2023
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Madre

La vida no es una sucesión lógica ni sucesiva de acontecimientos predeterminados. No es un viaje en  línea recta. Eso nos facilitaría mucho las cosas, pero no, en cualquier momento todo puede estallar por los aires, quebrarse.

No hace falta que se produzca un cambio importante o abrupto. A veces es suficiente algo pequeño, un traspiés, una elección que creíamos sin importancia,  para que los planes se desmoronen. 

Hoy me han dicho una frase de esas que resume lo que quiero decir en muy pocas palabras: “el hombre propone y Dios dispone”. No sé si Dios, el más allá o el más acá,  el azar, el destino o  la diosa fortuna, pero existe en el universo una fuerza que de vez en cuando viene a  recordarnos  que no somos verdaderos dueños de nuestro destino.

Sea como fuese, siempre toca recomponerse y seguir

Nuestro último contratiempo se produjo hace escasamente dos semanas.  Se nos fue “madre”. Se fue apagando poco a poco,  discretamente, tanto, tanto,  que ni siquiera nos dio un aviso hasta el mismo momento de irse. Dejó que cada uno siguiéramos con nuestra vida, nuestras ocupaciones, hasta el mismo momento de volar a ese cielo donde espero la recibiera “padre” con el mismo cariño que se tuvieron en vida. 

Aun sabiendo que ese momento tendría que llegar, no fue como lo esperaba. No hubo tiempo de despedidas ni de cogernos de la mano. Ella decidió, como casi siempre hacía, que había llegado el momento y se fue. Alterando lo más mínimo nuestras vidas. Tenía 91 años y creo que muy pocas veces  perdió la sonrisa. 

Claro que nos echaba de menos, y nos reclamaba más atención con un “hoy no ha venido nadie”. Y cuando decía “nadie”, sabíamos que se refería “a los de casa”.

Madre fue una mujer valiente, curtida, tuvo trabajos variados desde bien chiquilla lo que le privó de una escolarización suficiente para desenvolverse con las letras, pero lo suplió todo con mucho ingenio y práctica. Comulgó tres veces para que le dieran el bollo con chocolate, la bata y las zapatillas blancas, en época de posguerra. Era lista, muy lista. Y valiente.

Madre fue de  las mujeres que siempre estuvo para todos, para sus ascendientes y hermanos, carnales y políticos,  para nosotros, sus hijos, para sus nietos y bisnietos,  para las vecinas, las amigas. Nuestra casa siempre fue un hervidero de gente que iba y venía. Los tíos, los primos…siempre acudían a ella y a “padre” porque acogían sin condiciones. Aunque algunos les pagaran con “ingratitud” siempre repetían, a pesar de que les regañásemos por “buenazos”. Era mujer de poca queja y difícil de amilanar. Fue adelantada a su época en pensamiento, vivió sin ataduras.   Superó tragos muy amargos cuando todavía no se hablaba de salud mental ni psicólogos. Cargaba con ello y continuaba adelante. Para ella, todo tenía solución y si no la tenía, no merecía la pena “calentarse la cabeza”, al contrario que padre. 

Nunca tuvo recetas secretas, cocinaba a ojo pero lo hacía como nadie. Ella poco comía de lo que preparaba. Yo llevé los bocadillos más grandes al colegio, y al instituto y si protestaba por lo exagerada que era, siempre me decía que no quería que le dijesen “roñosa”. Hacía compras en secreto para que padre no se “amontonase” con los gastos y disfrutaba de cosas pequeñas, como los cortes de turrón.

Madre ha tenido una vida plena que disfrutó con un gran sentido del humor. Sabía canciones infantiles, pícaras, chistes, historias mil, sobre todo de “El chicharra” de cuya historia será, sin duda,  persona destacada.

La silla de ruedas nunca le impidió continuar con  sus paseos  que le daban la vida. Salir, saludar, charrar, recordar. Tampoco le impidió adaptarse a nosotros y nuestras salidas. Comparsa, escuadra, misas de domingo, refresco en alguna terraza… 

En estos últimos meses casi no podía hablar, pero sí mirar y transmitir felicidad con el destello de esos ojicos alegres que se abrían para devolver el saludo,  confirmar que reconocía y se acordaba de quien fuera  en ese momento  su interlocutor.

En estos últimos años hemos disfrutado muchas cosas con ella, por si pudieran ser las últimas,  conscientes de un deterioro progresivo, tratando de prepararnos por si un día…   y aún así, nos pilló por sorpresa. Nos  queda la sensación de que algo se nos ha escapado, porque ahora no está, y de repente, nos encontramos solos. Es una sensación extraña,  de inseguridad, de estar suspendidos en un vacío…como si se perdiera la raíz que sujeta el árbol a la tierra.

Mama, damos gracias por todo lo que nos has  permitido vivir contigo. Cuídanos en el cielo, como lo hiciste aquí en la tierra. 

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