Las fiestas que crecen con nosotros
- 29 septiembre, 2025
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Si algo tienen de especial los Moros y Cristianos de Villena es que cada persona los vive de una forma distinta. Hay quienes pasan los días enteros en la comparsa, quienes no se pierden un solo acto oficial, quienes disfrutan en primera fila de los desfiles o quienes encuentran su lugar favorito en una tribuna disfrutando con amigos. Esa diversidad de vivencias es, precisamente, lo que hace que las fiestas sean tan grandes.
Conforme vamos creciendo, también cambia nuestra manera de acercarnos a ellas. En la gente joven las fiestas suelen girar, sobre todo, en torno a las noches largas, los reencuentros con amigos y la Troya. Es nuestra forma de vivirlas, igual de válida que cualquier otra. Sin embargo, este año he descubierto lo emocionante que puede ser asistir a actos oficiales a los que no les había dado oportunidad. Comparo mi forma de vivir la fiesta con la de mi padre, por ejemplo, él vive cada jornada desde temprano en la comparsa, y en cuanto acaba el desfile se retira a descansar para volver a empezar al día siguiente. Distintas rutinas.

Para muchos jóvenes, las fiestas también tienen un matiz especial: el de la despedida. Septiembre marca el final del verano y, para quienes estudiamos o trabajamos fuera, supone el último gran reencuentro con nuestros amigos antes de volver a la rutina en otras ciudades. Durante esos días, vivimos intensamente cada acto, cada noche y cada almuerzo, sabiendo que tal vez hasta Navidad o un puente no volvamos a reunirnos todos. Por eso, además de ser una celebración de tradición y alegría, los Moros y Cristianos también son, para nuestra generación, un punto de inflexión. El 9 de septiembre no solo cierra las fiestas, también simboliza un “hasta pronto” entre quienes nos despedimos hasta el siguiente regreso.
Quizá a veces, al contarlo fuera, resumimos las fiestas en “desfiles y fiesta nocturna”. Pero son mucho más, son madrugones para la Diana, son pasodobles que pueden llegar a emocionar o hacer que sientas euforia, son embajadas que recuerdan la historia, son almuerzos en comparsas y despedidas con amigos antes de volver a nuestras rutinas. Lo que une a todas estas formas de vivirlas es el mismo sentimiento, el orgullo de pertenecer a una tradición, con tantos actos que la engrandecen, con esa alegría que nos caracteriza, y con la capacidad de reunir a familias y generaciones enteras al mismo son.
Los Moros y Cristianos no tienen una única manera de vivirse, y ahí reside su fuerza, cada cual encuentra su lugar, su momento y su forma de disfrutar. Y, con el paso del tiempo, todos descubrimos que, por mucho que cambien nuestras rutinas, lo que permanece intacto es la emoción de ver y vivir cada septiembre, unas fiestas únicas.