Incorformismo

  • 13 enero, 2009
  • Comentarios

El ser humano es inconformista por naturaleza. ¿Cómo si no se entiende el nivel de progreso alcanzado hasta la fecha? Para bien o para mal, la humanidad, lejos de quedarse sentada a sorberse los mocos, lejos de perder su tiempo dedicada a la vida contemplativa, se ha preguntado el por qué de las cosas; ha continuado caminando aunque haya caído una y mil veces, aunque a veces la senda tomada no le haya llevado más que a la espesura del bosque equivocado.

 

Si los seres primitivos no hubieran dado forma a la piedra para convertirla en rueda, si no hubieran hecho uso del fuego en lugar de temerlo, si no hubieran trabajado más tarde el bronce y otros metales, si no hubieran sido testigos de lo que es capaz una semilla cuidada bajo la tierra, ¿qué habría sido de ellos? ¿qué habría sido de todos nosotros?

 

Por suerte para ellos, también para nosotros, tuvieron la suficiente curiosidad para hacer algo de la nada y, con ello, evolucionaron, dando lugar a culturas distintas, con sus propias inquietudes, protagonistas de sus propios descubrimientos. A poco que echemos un vistazo a la historia, encontraremos un sinfín de ejemplos que ilustran a la perfección esa necesidad del ser humano por crear, por inventar, por buscar más allá de sus propias sombras.

 

Sí, no cabe duda de que somos inconformistas por naturaleza; como también lo es, y por desgracia, que seamos incapaces de mantenernos en un saludable término medio. Nuestro equilibrio es débil, muy débil, y desde siempre hemos sentido la necesidad de dejarnos caer hacia los extremos. De tal manera que aquello que se crea con el  mejor de los propósitos, termina explotándonos en la cara debido al mal uso. Pasó anteayer con la pólvora, pasó ayer con la energía nuclear y pasa hoy con Internet, por poner tres casos.   

 

Tendemos a buscar el blanco o el negro, olvidando la amplia gama de matices que existe entre ambos; nos posicionamos en el sí o el no sin recordar que existe el quizás. Olvidamos que el otro no es diferente, si no que piensa diferente; que es nuestro adversario, pero no nuestro enemigo; que entre su parcela y la nuestra no existe una alambrada que nos divide, y si la hay, no debe impedir que, a través de ella, podamos estrechar las manos.

 

Y cuando miramos con el odio, en lugar de con los ojos, cuando pensamos con la sangre en lugar de con el alma, surge la necesidad de resolver con la guerra nuestras diferencias, curiosamente la única salida que no resuelve nada, que no nos conduce a ninguna parte más que a la muerte, la destrucción y el olvido. Y aquello que un día nos dio alas para volar, hoy lo utilizamos para abatirnos los unos a los otros. Es entonces cuando el inconformismo se vuelve peligroso, cuando utilizamos la razón para la sinrazón, cuando el inestable equilibrio en el que nos suspendemos cada día nos abandona y nos estrellamos contra el suelo.

 

Decía George Bernard Shaw que “El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del hombre irrazonable.” La humanidad nos muestra a diario lo mejor y también lo peor de sí misma. Cada mujer y cada hombre que habita este planeta es capaz de sorprendernos; la cuestión es cuándo, es cómo y, sobre todo, con qué intenciones.

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *