El sueño inconcreto
- 24 mayo, 2012
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Recuerdo vivamente el día en que conocí a Jerónimo Ferriz. Estábamos en invierno y el frío era de una intensidad tal que, a poco que te quedaras quieto, corrías el riesgo de transformarte literalmente en una estatua de hielo. Al grupo que fuimos a visitar la electro harinera nos costaba combatir las bajas temperaturas a pesar de la ropa de abrigo. Él, sin embargo, iba en mangas de camisa.
Puede que lo recuerde por eso, o por su manera de hablar, tan viva, tan campechana. Gustosamente, y por mediación de Pepe Hernández Albero, se había prestado a enseñarnos las reliquias que había ido adquiriendo con el paso de los años y que, en ese momento, se almacenaban en las amplias estancias del edificio que debía conservar, en un incierto futuro, el museo etnográfico que él tanto anhelaba.
Ese anhelo le llevó a donar su extraordinario legado a la ciudad. Presa de la enfermedad, dejó en manos de nuestros gobernantes la tarea de culminar un proyecto al que él había dado vida. El Ayuntamiento adquirió el inmueble al poco de su muerte y las buenas intenciones se fueron sucediendo desde entonces. Por desgracia, se quedaron en eso, en intenciones, y doce años después de su pérdida, el sueño de Jerónimo Ferriz sigue siendo un sueño que, dados los tiempos que corren, parece lejos de concretarse.
Y mientras el horizonte no nos sonría, mientras la electro harinera siga teniendo que callar sus lamentos atrapada entre el polvo y el silencio junto a las vías del tren, mientras el paso de los días se encargue de dejar el edificio a cada paso más maltrecho, no nos quedará más remedio que valernos de sus ecos. Ecos como la exposición de la Casa de la Cultura en la que se nos muestra solo un retazo de inmenso legado que nos dejó Jerónimo.
En las dos plantas de la exposición se pueden admirar objetos diversos que a las nuevas generaciones se les antojan extraños, curiosos, pero que para nuestros padres formaban parte de sus vidas. De todo lo allí expuesto, hay dos rincones que me resultan especialmente entrañables. El primero, puede que por deformación profesional, lo componen una pizarra, un mapa de cuando España se dividía en regiones y una mesa proveniente de la Tercia.
El segundo de esos rincones es la pantalla con que te topas nada más entrar en la exposición y en la que, por obra y gracia de la tecnología, se nos aparece un Jerónimo Ferriz redivivo, rescatado de la memoria perdida. ueño de la palabra, se le puede admirar aportando, con franca emoción, una enorme profusión de datos sobre ese sueño que sigue siendo suyo y que esperemos que un día también lo sea nuestro.