El sueño

  • 7 diciembre, 2023
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El sueño

Últimamente tengo mucho sueño; me duermo de pie. Por las mañanas me levanto por obligación, pero me encanta “hacer la pereza” que es como lo llama mi hijo. Antes de comer me echaría una siesta, y después de comer, tengo que echarla sí o sí porque no me hago vivo.

Pudieran ser cambios hormonales, pudiera ser la inestabilidad del tiempo, que no sabemos si estamos terminando el verano o empezando el invierno, porque otoño, lo que es otoño no ha sido. Ni a los árboles se les han llegado a caer las hojas y mis rosales, hasta hace dos semanas echaban flor. ¿Si la naturaleza va loca, qué no nos pasará a nosotros?

El horóscopo, también dicen que pudiera deberse a eso. Los cáncer somos muy lunáticos y es cierto que tenemos picos. Igual estamos sumidos en la más absoluta apatía, que nos volvemos hiperactivos. Sirva de ejemplo, los cáncer somos muy de guardarlo todo, acumular recortes, fotos, trastos etc. durante años, y un día repente, necesitamos espacio físico y mental, nos sobra todo y ese día nos viene una energía frenética para mover muebles, cambiarlos de sitio, organizar cuartos y trasteros y donde hubo un desorden ordenado hay ahora un espacio diáfano, que tiene los días contados, por supuesto. Eso cuando estamos arriba; si estamos abajo, estamos sensibles, desganaos, lacónicos. Hasta la nueva luna.
Pudiera ser depresión, pudiera ser anemia, pudiera ser incluso algo peor, y sin embargo creo que tengo la respuesta. Esta somnolencia recurrente mía, es puro miedo. Mejor dicho, es un arma frente al miedo y la preocupación. Ya lo sentenció el gran maestro Yoda: “ El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento.”

Pero no queremos sufrir. Así que bien es cierto que cuando nos vemos rodeados de situaciones conflictivas, de penas y otros sin sabores, el cuerpo, al menos el mío, reacciona con esas ganas tremendas de dormir, bien acurrucadito, meterse en la cama, taparse hasta la cabeza con la colcha, tratar de olvidarse del mundo y “dormitar”. Porque no es sueño reparador, es un sueño de escape, de huida, pero en ese estado nos encontramos a salvo, bien.

Mi madre decía que cuanto más duermes, más quieres. Y así es. El sueño en exceso lleva a la apatía, se queda uno sin ganas de hacer nada, las ganas de no hacer nada te llevan a la apatía y la apatía al sueño, y vuelta a empezar, “mi joven padwan”.
Y al lado oscuro parece que nos aproximamos. Dos guerras, dos, aunque parezca que de la primera nos hemos olvidado, la de Ucrania. Israel y Palestina, el eterno conflicto al que parece que nos estábamos acostumbrando pero resurge con más violencia. El ambiente caldeaito en nuestro país con el nuevo gobierno y la repercusión social de esos pactos. Esa tensión que se palpa en el ambiente y nos hace estar más irascibles de lo habitual, menos centrados, con la mente dispersa, con un nervio en el estómago y una presión en el pecho cada día, que sumada a nuestras preocupaciones domésticas, familiares y laborales diarias…se hacen bola. Y no pasa, no pasa.

Entonces vivimos en constante modo alerta, el cortisol, nos inflamamos, la dopamina, nos convertimos en personas tóxicas etc, términos que seguro les sonarán porque ahora a los psiquiatras se les ve y se les escucha, han dejado de ser únicamente “los médicos de los locos” y nos ilustran con éxito sobre el funcionamiento de nuestros cerebros.

Si ese estado de alarma nos lleva al letargo por el que yo ahora estoy pasando, malo. Porque aunque lo estoy disfrutando, es todo lo contrario a lo que en estas situaciones debe hacerse. Y lo sé. Que cuando vaya a la consulta, me cae la del pulpo.
Dormir las horas justas y necesarias, despertar, salir, hacer ejercicio, dejar el móvil, comer bien y saludable. Y tener ilusión por algo concreto. Hacer un pequeño esfuerzo para mejorarnos, mejorar nuestro entorno más próximo, y de paso, a ver si mejoramos el mundo, que está hecho un asco.

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