El olvido

  • 21 septiembre, 2025
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El olvido

Bajo de jugar con él.

Y digo bajo en sentido literal.

Los escalones que me separaban de mi azotea, eran los mismos que confirmaban ese olvido.

Recuerdo el día que compartí el diagnóstico. 

Mi mente iba a mil; mi garganta era un cuello de botella estrecho en el que se amontonaban frases que mis cuerdas vocales no atinaban a reproducir. 

Recuerdo que sonó el timbre y abrí la puerta. Nos miramos y entró con calma y templanza, con la serenidad a la que te aferras cuando dentro de ti sabes que no vas a escuchar tu canción preferida. Con el saber estar que siempre lo ha definido y que, a día de hoy, tiempo después de esa conversación, ha seguido manteniendo. Porque damos lo que somos y él, sigue dando sin cesar.

Recuerdo percibir su ansia por saber y la mía por no querer verbalizar. Recuerdo romper un silencio incómodo con una realidad inevitable. 

Recuerdo su expresión, mezcla de confirmación ante lo supuesto y derrota por lo confirmado. La dualidad entre no querer y no poder hacer nada para que no sea.

Hablamos de recuerdos y son los míos. 

Y los de él. Y los de sus hijos. Los de su nieta. Los de sus familiares y amigos.

Pero no son los suyos. Porque muchas veces no recuerda. Confunde. Vive en un mundo de amigos imaginarios y de realidades distorsionadas. Mezcla presente con pasado. Pierde la noción del tiempo y altera los recuerdos, así como las personas que formamos parte de ellos. 

Lo que comienza como pequeños despistes, se convierte en lagunas vitales que escapan a nuestro razonamiento sano y coherente.

Pero, ¿y el suyo? ¿Nos podemos parar a pensar, como seres sanos y racionales, que aunque físicamente a priori no percibas cambios, existe la enfermedad mental? Hay dolencias que no se ven, pero se sienten.

Y en este caso, es Alzheimer.

A veces el principio está ahí; en despistes, silencios o cambios de humor.

Y digo a veces porque la enfermedad de Alzheimer es compleja y personal. Porque cada persona que la padece, la vive y la desarrolla de una forma y a una velocidad, de ahí la tan necesaria atención personalizada y la falta de recursos.

Son seres humanos y por tanto, seres sintientes. 

De forma diferente, ¡si!. ¿De forma distorsionada? ¡También! 

No soy experta en la materia, pero a groso modo, hay diferentes maneras en las que esta enfermedad evoluciona. 

La gran parte del tiempo, convive con un “amigo de la familia”. Para ella, no es su marido el que le hace el desayuno o le prepara la comida. Tampoco lo es el que juega al dominó en la terraza. Para ella es su amigo. El amigo que la ayuda pero no el que le juró amor eterno y la cuida en la tempestad.

Sus hijos van y vienen, igual que sus recuerdos y su lucidez. Ellos siempre están, ella está a veces. 

Quizás ésta sea la fase más amable de la enfermedad, pues, a fin de cuentas, es degenerativa y va anulando todas y cada una de las capacidades de la persona que la padece. 

Es una involución en la que, aunque tengamos aspecto y cuerpo de adulto, vamos desaprendiendo y olvidando.

Yo no olvido y por ello, este artículo va dedicado a su amigo. Al que nunca la deja ni la abandona. Al que le explica desde la paciencia y el cariño, la realidad que no alcanza a ver. 

Hace muchos años obtuviste el reconocimiento por pitar. Árbitro de fútbol, poniendo límites y sacando tarjeta cuando la entrada se pasaba de “amistosa”. 

Hoy te saco mi tarjeta verde, la de la aprobación. La de la esperanza. 

Porque hay cosas que no dependen de nosotros y tú, con esa resiliciencia que tanto admiro, te creces ante las adversidades y persistes en el día a día.

No puedo terminar sin dejar de hacer una crítica al sistema, a la Seguridad Social y a las asociaciones correspondientes.

Lista de espera de año y medio.

Cuando el olvido circula a esta velocidad, el tiempo no es relativo. 

Por nuestra parte, sigamos partido a partido. La victoria no está en ganar, sino en ser y en dar. Y eso, te, os, nos sobra.

ALZHEIMER

Aceptación

Lealtad

Zalamería

Heroicidad

Estoicismo

Involución

Motivación

Empatía

Reciprocidad

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