El mes de marzo, un mes de equinoccio

  • 28 marzo, 2024
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El mes de marzo, un mes de equinoccio

Alrededor del 20 de marzo, los rayos del sol caen perpendicularmente sobre la Tierra y sucede un fenómeno, por todos conocido, que se denomina equinoccio (aequinoctium en latín), cuyo significado indica que el día dura lo mismo que la noche. Este fenómeno acontece en ambos hemisferios. Pero, mientras que para los habitantes de las latitudes templadas del hemisferio norte éste es un momento de renacimiento tras el obscuro invierno –los días comienzan a quitarle horas a la noche– y, a la vez, hay una llamada general a las plantas para que comiencen a florecer (y de ahí que lo denominemos “equinoccio de primavera”), en las latitudes templadas del hemisferio sur sucede lo contrario (es el “equinoccio de otoño”) y comienza un periodo de recogimiento, donde la noche le gana la partida al día. Sin embargo, en el conjunto de nuestro planeta hay lugares donde los rayos del sol son siempre perpendiculares al suelo, y por eso en la latitud cero –que denominamos Ecuador terrestre– todos los días son iguales. Y eso las plantas también lo saben y por ello florecen cuando quieren, no están condicionadas a la estacionalidad. Cuando llegan estos momentos del año que suponen un cambio en el reloj biológico de las especies, me gusta reflexionar sobre todas estas diferencias que ocurren en la Tierra; cada persona vive de una forma muy diferente el momento del cambio y no sólo tenemos que pensar en lo que nos ocurre únicamente a nosotros para entender las energías que mueven a la naturaleza de una forma global. Pero volviendo al hemisferio norte y a nuestro entorno, nuestra casa, sí estamos ante el mes de renacimiento; encendemos hogueras para celebrar que el día cada vez será más largo y esperamos, casi con desesperación en los últimos años, que llueva para ver de nuevo nuestros campos y nuestras cunetas repletas de flores, y que así un mayo florido tapice nuestros matorrales.

Y como marzo es un mes ligado al agua, vamos a dedicar este artículo a especies que están condicionadas a la existencia de suelos encharcados, un grupo de especies que se las denominan helófitos. En muchas ocasiones hemos indicado que el sufijo “-fito”, significa planta, y en este caso el prefijo “helo-” hace referencia a las charcas, lagos o lagunas. Por tanto, los helófitos son especies vegetales que tienen sus raíces y una pequeña porción del tallo debajo del agua y la mayor parte de la planta fuera de ella. De entre las especies de este grupo, las más comunes en nuestro municipio son las que conocemos como carrizo (Phragmites australis (Cav.) Trin. ex Steud.) y la invasora cañavera (Arundo donax L.), de las que ya hablamos en un artículo anterior. Pero esta vez vamos a centrarnos en otro de estos helófitos, mucho más escaso en nuestro territorio. 

Hace unos días celebrábamos el día de mundial de los humedales con una visita al paraje de los Ojuelos, una iniciativa organizada desde las asociaciones Salvatierra y Aviana, que comparten el objetivo común de la protección de la Naturaleza. Para muchos fue una gran sorpresa encontrar un paraje como éste en el término, una zona de charcas donde aflora agua y los suelos están encharcados y no hundimos. En dicho entorno, junto a helófitos como los mencionados carrizos y cañas, e incluso el propio junco churrero (Scirpioides holoschoenus (L.) Soják), podemos observar el puro de agua (Typha domingensis Pers.), también conocida como enea, anea o espadaña. 

Se trata de una especie de la familia de Tifáceas, grupo muy pequeño que incluye sólo un género y alrededor de 12 especies, que se distribuyen por las regiones templadas del globo. Esta llamativa especie produce unas inflorescencias muy características, en las que las flores se distribuyen a lo largo y alrededor de un eje, dando el aspecto de un “habano”, de donde deriva uno de sus nombres populares: puro de agua. Las flores masculinas se sitúan en la parte superior y las femeninas en la inferior, formando dos estructuras cilíndricas marrones, bien diferenciables; en el caso de nuestra especie, ambos cilindros se separan unos 2 cm, aunque la verdaderamente llamativa y más duradera es la parte femenina. 

De entre las tres especies de “puros de agua” que se distribuyen en la Península, ésta es la que soporta una mayor contaminación y salinidad de las aguas, dos características que convergen en los Ojuelos. Por un lado, la existencia cercana de yesos hace aumentar la conductividad del agua, que es más salina, y por otro, un aporte de aguas de la depuradora aumenta las sales nitrogenadas. Se utilizan sus inflorescencias como decorativas, aunque terminan por deshacerse y “volar” junto con los frutos, gracias a unos pelos que se encuentran en la parte basal del ovario y que, en condiciones normales, les ayudan a la dispersión de la especie. Esos pelos se han utilizado tradicionalmente para rellenar cojines y colchones. Pero el mayor uso que se ha dado a estas plantas es para la fabricación de los asientos de las sillas, utilizando sus hojas trenzadas; este material también es muy común en la fabricación de cestas. Cabe comentar, por la cercanía a la Semana Santa, que según Zohary, un botánico polaco-israelí, el cetro que le colocaron en la mano derecha a Jesús para burlarse de él durante la Pasión –diciéndole aquello de “¡Salve, Rey de los judíos!”, justo antes de llevarlo a la crucifixión, y que recoge Mateo en su evangelio–, era una vara de una especie de Typha.

En este mes convergen varios días mundiales que quieren visibilizar y poner de manifiesto la importancia de la protección de la naturaleza. Se celebró el día 1, el día de los “Pastos marinos”; el 3 el de la “Vida silvestre”; el 14 la “Acción por los ríos”; el 21 el “Día los bosques”; el 22 el “Día del agua”; y las celebraciones del mes terminan el 26, con el “Día Mundial del Clima”, que se establece para generar conciencia y sensibilizar a las personas, a escala mundial, sobre la importancia e influencia del clima, así como el impacto del cambio climático sobre el ser humano. Esto sólo puede interpretarse de una forma: la necesidad, todavía hoy, imperiosa de cuidar nuestro entorno.

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