El dátil: el dulce tesoro del otoño
- 30 octubre, 2025
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Cuando pensamos en frutos de otoño, enseguida nos vienen a la cabeza el membrillo, las castañas, la uva o las naranjas. Sin embargo, hay uno del que se habla poco y que, sin duda, destaca por su dulzura: el dátil.
El dátil es el fruto de la palmera datilera (Phoenix dactylifera), una planta que todos conocemos bien, no solo porque la hemos visto siempre plantada en nuestro Paseo Chapí o en algunos otros parques de nuestra ciudad, sino porque, a día de hoy, su silueta es símbolo de muchas zonas de nuestra provincia, como la Explanada de Alicante. Y qué decir de los palmerales de Orihuela y Elche, este último un enclave único que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO el 30 de noviembre del año 2000.
Por lo que esta planta no es, ni mucho menos, un elemento ajeno a nuestra cultura. Aunque su origen no está en nuestras tierras, aquí los historiadores no se ponen de acuerdo si fueron los cartagineses, fenicios o los árabes quienes la introdujeron, pero lo que sí que es verdad es que fueron los árabes, en el siglo VII, quienes desarrollaron un avanzado sistema de riego que permitió su expansión. Durante el reinado de Abderramán I, se creó una extensa red de acequias que aún hoy resulta admirable. A este príncipe omeya se le atribuyen unos versos dedicados a una palmera recién llegada a estas tierras: “¡Oh palma! Tú eres, como yo, extranjera; en occidente, alejada de tu patria.”
Volviendo a los frutos, no todas las palmeras datileras los producen. Esto se debe a que se trata de una especie dioica: existen ejemplares masculinos y femeninos, y solo estos últimos son capaces de generar dátiles. El nombre científico de esta especie, Phoenix dactylifera, tiene una interesante etimología. Phoenix proviene del griego φοῖνιξ, que puede hacer referencia tanto al legendario ave Fénix como al pueblo fenicio. Y su epíteto específico dactylifera, por su parte, significa literalmente “que produce dátiles”.
La palmera datilera se distribuye de manera autóctona por todo el norte de África, bajo clima mediterráneo. Curiosamente, el cultivo de la palmera tiene su límite entre el desierto mediterráneo y el tropical. Como dice un antiguo proverbio árabe: “con los pies en el agua y la cabeza en el fuego”. Para el pueblo bereber, esta palmera ha sido vital: ofrece sombra en el desierto, alimento en forma de dátiles, y leña con la que calentarse.

En jardinería, la Phoenix dactylifera es muy valorada por su porte elegante y, a pesar de su altura, las palmeras no son verdaderos árboles desde el punto de vista botánico. Digamos que son plantas arborescentes. ¿Por qué? Pues porque no tienen verdadero crecimiento en grosor, es decir, no tienen los típicos anillos de crecimiento de los árboles. Su tronco no se ramifica a media altura y está compuesto por haces de tejidos fibrosos que se alargan sin engrosarse. En el caso de la palmera datilera, existen más de 600 variedades de cultivo, lo que no sorprende si tenemos en cuenta que se viene domesticando desde hace más de 6.000 años.
Así que, cuando en otoño veas dátiles dorados colgando de una palmera, recuerda que estás ante un fruto milenario, con una historia fascinante y una dulzura que ha sido apreciada desde tiempos antiguos hasta hoy.