El “abrojo o pinchacarretas”, una planta temida por perros y ciclistas
- 30 septiembre, 2024
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Llega el otoño y para los dueños que pasean a los perros por las inmediaciones de la estación, raro es el día que no ven acercarse a su apreciado animal cojeando. La primera vez uno se asusta, pero rápidamente pone el foco en la parte afectada y ahí, en la almohadilla de la pata, aparece un fruto duro y pinchoso que se le ha clavado sin querer. Sin querer el animal, claro, porque ese es el mecanismo que cierta planta utiliza para dispersar sus semillas: el “abrojo” (o su variante “abreojo”), que también se conoce como “pinchacarretas”, un nombre que la define perfectamente y que se aplica tanto a la planta como a sus frutos.
Tribulus terrestris L. es una hierba de la familia de las Cigofiláceas, en la que se agrupan especies que viven en zonas muy áridas. Florece a finales del verano, dando unas flores amarillas bastante vistosas, que aparecen sobre un lecho de hojas alternas −pero compuestas de varios pares de foliolos opuestos−, verdes y pelosas; las ramas crecen rastreras, formando pequeños mantos densos sobre el suelo, y producen unos frutos muy característicos. Cada fruto está formado por cinco unidades que se separan al madurar (esquizocarpo) y cada una de esas partes −que lleva en su interior varias semillas− está armada con dos espinas grandes y fuertes, y otras dos más cortas; estas espinas son tan duras que son capaces de atravesar los neumáticos de las bicicletas y, por supuesto, resultan muy dolorosas cuando se clavan en las patas de los animales o en los pies descalzos. Pero en realidad, todas esas espinas son la forma natural de dispersión de los abrojos, ya que los animales se los llevan enredados en el pelo y los transportan a otras zonas –a menudo bien abonadas con sus excrementos–, donde las semillas encuentran un buen sustrato para germinar. Y es que a esta especie le gusta crecer los terrenos baldíos y nitrificados.
Su nombre −del griego tríbolos (tríbolo), latinizado en “tribolus” o “tribulus”− hace referencia a unos objetos de hierro con tres puntas que se esparcían por el suelo para herir a los caballos y a la infantería del enemigo y que todavía hoy emplean los ejércitos a distintas escalas. Existen referencias de que se han utilizado los abrojos con el fin de lesionar a personas y animales e incluso emponzoñarlos con venenos de otras plantas para que los enemigos las pisaran y se infectaran con el veneno. Desde la antigüedad, el abrojo ha sido sinónimo de dificultades. Así se recoge en el Génesis, cuando Dios maldice a Adán y Eva y los amenaza diciendo: se llenará el camino de espinas y abrojos. Y también la literatura se hace eco de este significado: Alekséi N. Tolstói tituló “Camino de abrojos” una trilogía de novelas.
Bajo el nombre sánscrito de “gokshura”, esta planta se ha utilizado en la medicina tradicional ayurveda, sobre todo como generador de testosterona y por tanto con todo lo relacionado con la libido, la masa muscular y la disfunción eréctil. Este uso llegó a la cultura occidental y podemos encontrar este “complemento alimenticio” en distintos formatos y marcas. Estudios recientes, han dado como resultado que no es oro todo lo que reluce y que parece que las tan apreciadas propiedades que se le atribuyen no tienen base científica. En el estudio se sustituía el complemento por un placebo y el resultado fue que no hubo una mejor respuesta en las personas que tomaban el extracto de abrojos frente a las que tomaban el placebo. Pero, no hay que subestimar el poder de la mente, que a menudo ayuda a superar cualquier límite en nuestras vidas, de modo que en cada uno de nosotros los complementos o los placebos actúan de manera diferente.
Para conocer esta planta solo tenemos que mirar al suelo. Seguro que estos días y después de las lluvias, encontraremos abrojos por los terrenos baldíos que rodean a Villena, en las vías del tren o incluso en las propias aceras, entre los adoquines. Agradezcamos la floración de esta especie que forma parte de las valientes que florecen después del verano. Y me quedo con esta frase de James Russel que, basándose en los molestos frutos de esta planta, nos advierte sobre el valor de los errores en el aprendizaje: Más vale un abrojo de experiencia que toda una selva de advertencias.