Calladitas no estamos más guapas

  • 8 noviembre, 2021
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Calladitas no estamos más guapas

Me ha costado tiempo elegir un título para este artículo. También podría servir ‘Hacerse la tonta como mecanismo de supervivencia’ o ‘La misoginia te recordará cuál es tu sitio’. O aquella rima de Neruda, ‘Me gusta cuando callas, porque está como ausente..’

En esta ocasión voy a hablar del proceso de socialización como el mecanismo por el que todas las personas nos integramos en determinada cultura, interiorizamos una serie de creencias, normas y valores compartidos y, en función de éstos, vivimos o sobrevivimos según las posibilidades/limitaciones que ofrecen.

Este proceso que se realiza de manera colectiva y automática, es diferente en función del sexo de la persona. Pero en esta entrada voy a a limitarme a hablar de los espacios.

A las mujeres se nos entrena en la ética del cuidado, para que hagamos del prestar atención a las necesidades de los demás uno de nuestros motivos vitales; mientras que a los hombres se les entrena en la ética del logro, en conseguir cosas que dejen huella en su comunidad. Una asignación de diferentes espacios vitales, privado para las mujeres (en casa y con la pata quebrada) y públicos para los hombres (a gobernar el mundo y llevar un jornal a casa).

En otra época, el ideal femenino era el del ángel del hogar. Nuestras madres cuando se casaban eran enviadas a su casa con el subsidio por matrimonio, una ‘alfombra roja’ que las recluía en el espacio privado y con plena dedicación a su familia.

Pero empezamos a conquistar el espacio público, tradicionalmente masculino. El acceso masivo de mujeres al mercado laboral a partir de los 80, a los estudios superiores y a las tribunas políticas ha sido imparable desde entonces y ahora ni nos planteamos la posibilidad de estar reducidas al ámbito privado del hogar a no ser que así lo decidamos. Pero, ¿qué nos estamos encontrando? ¿qué peaje tenemos que pagar? ¿qué resistencias hay?

Afortunadamente muchos hombres están encantados de compartir de manera equitativa todos los espacios con las mujeres, de ampliar sus horizontes vitales cuidando sin ser vistos como ‘marcianos’. Mientras, pervive un grupúsculo de hombres, que viven en épocas pasadas y que piensan que calladitas estamos más guapas, y utilizan estrategias sutiles para recordarnos cuál es nuestro lugar, casi siempre mandándonos callar directamente o mediante campañas de acoso y derribo para silenciarnos.

Por ejemplo, la árbitra de fútbol a la que le gritan durante un partido que se vaya a fregar y así le recuerdan que su sitio es la cocina y no el campo.

Señores que nos explican ‘cosas’ como si fuéramos tontas, aunque tú seas experta en el tema. Esto le ha ocurrido a ingenieras, amas de casa, informáticas, investigadoras,…a todas. Siempre nos encontramos con opinólogos que sientan cátedra con sus comentarios sobre cualquier cosa; aunque no sepan, creen que saben y que su opinión es la verdad científica absoluta. Y callamos, para no discutir.

Y el más alto nivel de hostilidad misógina, lo podemos ver respecto a las mujeres en política. ¡Ay cómo se te ocurra ejercer tus derechos democráticos y seas cargo electo! Da igual el partido. Además del sexismo de algunos medios que dedican chorros de tinta a comentar vestuario, aspecto físico, vida privada y no mencionan ni la formación ni la experiencia ni la capacidad de trabajo y gestión, te puedes encontrar con insultos en redes, campañas de desprestigio y acoso hasta la saciedad. Lo que no ocurre con hombres en situaciones similares, incluso si dan muestras de su escasa capacidad u honradez.

A este respecto, Amelia Valcárcel decía que habremos alcanzado la igualdad plena el mismo día que una mujer tonta llegue al mismo lugar que un hombre tonto. ¡Siempre teniendo que demostrar el doble para conseguir la mitad!

Todo esto son formas de violencia contra las mujeres, en especial con aquellas valientes que ocupan  el espacio público que les corresponde por derecho; con la finalidad de recordarnos que, según su limitado esquema mental, como mejor estamos es calladas, encerradas e invisibles.

Y muchas veces, demasiadas, nos ‘hacemos las tontas’: no responder, no dar importancia,…como mecanismo de supervivencia, para evitar el conflicto. ¿Hasta cuándo?

En fin, viendo que todavía hay mucha misoginia y no solo en Afganistán, incluso en la puerta de nuestra casa, o dentro; creo que va siendo hora de no callar, porque sin duda, libres y con voz propia somos más bellas. Y si es con ‘socias de la vida’, mejor.

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