Brillantina

  • 19 agosto, 2016
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Nuestros recuerdos, los buenos y los malos, vienen asociados a nuestros sentidos. Muchas veces, evocamos un momento pasado sin que hayamos puesto empeño en ello; simplemente, porque se plantea esa asociación entre dicho momento y un estímulo que percibimos a nuestro alrededor.

 

Hacía tiempo que no evocaba el recuerdo de mi abuela Pascuala lo cual, he de admitirlo con toda sinceridad, resulta inadmisible, imperdonable. Pero, por fortuna, y como decía más arriba, ahí están nuestros cinco sentidos en permanente estado de alerta para darnos, metafóricamente hablando, un tirón de orejas.

 

Brillantina. Ese fue el olor que me llegó y que, inmediatamente, me llevó al recuerdo de mi abuela. Porque a eso es  a lo que olía, a brillantina. Sabías que estaba cerca cuando te venía el característico aroma de ese cosmético capilar que ni siquiera sé si todavía se fabrica. Sí, a eso olía y puede que fuera precisamente por este hecho, pero la cuestión es que, esa fragancia, siempre me ha resultado agradable.

 

Recuerdo a mi abuela sentada discretamente en un rincón, pasando desapercibida. Nunca fue persona de hacer ruido, no más del estrictamente necesario. Vestía, como todas las viudas de su generación, como todas las que le precedieron, permanente luto riguroso. Su espalda, derrotada por el paso de los años y el duro trabajo, insinuaba una incipiente joroba que también se me antojaba, en mis años de infancia, ineludible característica de todos aquellos hombres y mujeres que ya solo viven en nuestro recuerdo.

 

La suya fue la primera ausencia notable que experimenté. Luego llegaron otras, claro, pero esa me dejó una impronta en mi interior muy intensa. Meses después de su muerte, ocupé la que había sido su habitación durante tantos años y, aunque no soy persona que crea en cuestiones del más allá, he de admitir que, entre aquellas cuatro paredes, sentía que el vínculo que me unía a ella se tornaba más intenso, más cercano.

 

Las personas, las que están y las que se fueron, las que conocemos de siempre y las que aún nos son anónimas, forman las páginas del libro de nuestra vida. Avanzamos, seguirnos escribiendo a diario en las páginas que aún quedan en blanco; pero, en ocasiones, resulta saludable releerlo, volver sobre aquellos pasajes que nos cuentan quiénes fuimos y a quién amamos en tiempos pasados.

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