Amapola lindísima amapola
- 12 mayo, 2025
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La primavera está siendo muy lluviosa, y como dice el refrán: “Marzo lluvioso, abril ventoso, traen un mayo florido y hermoso”, y eso es lo que estamos viviendo este año. Llevamos unos meses en los que podemos observar cómo las flores se suceden unas a otras, teniendo cunetas floridas desde hace ya algún tiempo. A las flores blancas de la rúcula Eruca vesicaria (L.) Cav, y la rabaniza Diplotaxis erucoides DC. les han sucedido las amarillas de la cerraja Sonchus tenerrimus L., las moradas de la viborera Echium creticum, y les está tocando el turno al rojo de las amapolas.
Estas plantas, que nos alegran la vista con ese rojo tan intenso, han sido protagonistas o personajes secundarios en el mundo de las artes. Me viene a la cabeza el famosísimo cuadro Campo de amapolas de Monet o Mariposas y amapolas de Van Gogh, o las delicadas fotografías de amapolas de Irving Penn. La música también les ha dedicado su espacio; creo que todos podemos tararear la mítica canción del título, Amapola, de José María Lacalle, tan versionada por artistas de todos los tiempos.
Y qué decir de la poesía. Son muchos los versos que evocan a las amapolas en cualquiera de sus significados, pero si hay uno que merece ser destacado es el poema de John McCrae. Lo escribió tras perder a un amigo en una batalla de la Primera Guerra Mundial, en un campo donde tanta sangre se derramó… y donde florecieron miles de amapolas. El poema se titula En los campos de Flandes (In Flanders Fields), y a raíz de él, los británicos comenzaron a lucir esta flor roja en la solapa cada 11 de noviembre, el día en que terminó la Primera Guerra Mundial. Desde entonces, la amapola se ha convertido en símbolo del recuerdo a los combatientes británicos —el conocido remembrance poppy.


En nuestro término crecen tres amapolas con pétalos rojos, del género Papaver, que da nombre a la familia, Papaveraceae Juss. La más abundante es Papaver rhoeas L., se distingue muy bien del resto porque su rojo es intenso, tiene pelitos perpendiculares al tallo y las cápsulas son lisas y globosas. Parece que no tenga cáliz, pero eso es porque los sépalos, que son dos piezas, caen al abrirse la flor. Cuando éramos pequeños, jugábamos a monges y frares (monjas y frailes), un juego que consistía en adivinar el color de los pétalos cuando todavía estaban en el capullo. Si los pétalos eran blancos o rosas (monjas), y justo antes de abrirse se tiñen de rojo (frailes), dependiendo del estado de madurez salían de un color u otro.
Estas amapolas tienen unas ligeras propiedades narcóticas, por eso se utilizaban sus cápsulas o una infusión de los pétalos para vencer el insomnio. No en vano, son parientes muy cercanas de la adormidera u opio (Papaver somniferum L.), de la que después hablaré. Junto con Papaver rhoeas L. de rojo intenso, se pueden observar otras con un aspecto como si se estuvieran marchitando. Por eso se la llama amapola triste, y en Villena también se la conoce como amapola roñosa, de color rojo apagado, pétalos más pequeños, fácilmente reconocible porque su cápsula tiene pelos rígidos y los pelitos del tallo están pegados a él. Por último, Papaver pinnatifidum Moris, una amapola más alta, que se distingue porque tiene la cápsula alargada, estambres con anteras amarillas y filamentos violetas.
Las amapolas son frecuentes en nuestros caminos y son hierbas arvenses de los cereales de secano. Como dice la canción: “Qué bonita es la amapola, ay ay ay, cuando nace en los trigales, ay ay ay”. La reconversión de estos cultivos a regadío ha hecho que las amapolas vayan desapareciendo dejando paso a otras especies arvenses, incluso de la misma familia: las palomillas del género Fumaria, con un aspecto bien diferente.
No tan común como sus parientes rojas, también podemos ver una amapola morada, del género Roemeria, Roemeria hybrida (L.) DC. Y por último también se ha visto por Villena la reina de las amapolas, una planta elevada, de un verde glauco, con pétalos que pueden ir del blanco al rosa intenso: la adormidera u opio, Papaver somniferum. Especie muy ligada a la medicina por su alto contenido en alcaloides, que se concentran en el látex de sus cápsulas semimaduras. De ahí se obtiene el opio y derivados como morfina, codeína, heroína, y la vicodina, que tomaba el Dr. House. También están los opiáceos sintéticos como el fentanilo, que está haciendo estragos en EE. UU. Es fácil de ver sus semillas —que no contienen alcaloides— que se utilizan para panes, tartas y como alimento para pájaros.
El opio, derivado de la adormidera, ha tenido un impacto tan profundo que incluso ha sido origen de guerras. En el siglo XIX, esta sustancia estuvo en el centro de los enfrentamientos entre China y el Reino Unido, en lo que hoy conocemos como las Guerras del Opio. Los británicos, con el objetivo de equilibrar su balanza comercial —desequilibrada por la gran demanda de productos chinos como el té, la seda y la porcelana— promovieron el contrabando de opio desde la India hacia China. Ante la creciente adicción en su población, el emperador Daoguang decidió prohibir su entrada en 1829. Para China, el opio era una amenaza social; para Reino Unido, una vía para sostener su economía. Estos hechos marcaron el inicio de las guerras vinculadas al comercio de drogas.
Estas sustancias narcóticas han hecho que las amapolas estén asociadas con el sueño y la muerte. En la mitología griega, estaban relacionadas con Hypnos, dios del sueño, y Thanatos, dios de la muerte. Ha sido protagonista de rituales y leyendas, por su uso desde tiempos antiguos. Se decía que si le ponías flores de amapola en el plato a quien te gustaba, acabaría rendido a tus pies. En realidad, el efecto adormecedor dejaba a la persona algo atontada, y así uno podía manejar la situación a su favor. También se han usado cápsulas secas como sonajeros para calmar a los niños, y se pueden ver en ramos de flor seca.
Pero fuera como fuere, solo con ver las amapolas por nuestros caminos y campos se nos alegra el corazón, porque la primavera ya está aquí y nos traerá días soleados y un verano que disfrutar.