Hermanamiento y memoria
- 11 julio, 2025
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En 1982, en un gesto tan simbólico como lleno de sentido, Villena, Peñafiel y Escalona decidieron hermanarse. Lo hicieron para rendir homenaje a su nexo común: el Infante Don Juan Manuel, señor de las tres villas, figura clave de nuestra historia compartida, en el setecientos aniversario de su nacimiento. Aquel año, delegaciones de los tres municipios viajaron de uno a otro, se firmaron actas solemnes, se pronunciaron discursos —de un valor incalculable el de José María Soler en Escalona— y se desarrollaron diferentes actos culturales. Sin embargo, hubo algo más que el paso del tiempo y las decisiones tomadas terminaron por olvidar.
Entre los actos conmemorativos, se incluyó un gesto que hoy parece inimaginable por su autenticidad y por la carga emocional que encerraba: un grupo de niños y niñas de cada localidad —me enorgullezco de haber sido uno de ellos— fue acogido en casas de las otras dos ciudades. En mi caso, tuve la fortuna de que me acogiera una familia de Escalona, que me hizo sentir uno más, y que me dio la oportunidad de vivir un fin de semana inolvidable. Durante aquellos días compartimos momentos que ahora son recuerdos imborrables en mi memoria. La idea era clara: si el hermanamiento hablaba de lazos, nosotros éramos esos lazos. Porque lo que se celebraba no era únicamente la memoria del pasado, sino la continuidad de un vínculo.
No se trataba solo de turismo institucional. Aquello era una siembra de futuro, un mensaje tácito: «Vosotros, que hoy os conocéis siendo niños, continuaréis esta historia común con el tiempo». Éramos, a mi modo de ver, una parte esencial de que aquella iniciativa prosperara. Es verdad que no fue así y yo mismo terminé perdiendo los lazos con Álvaro, quien fuera mi compañero de andanzas por las calles de Escalona primero y unos meses más tarde por las de Villena. Supongo que éramos demasiado críos y habría hecho falta algo más que cuatro cartas que se fueron espaciando con el tiempo.
También las instituciones fueron enfriando las relaciones con el transcurso de los años y tuvimos que esperar a que se cumpliera el veinticinco aniversario de aquel lejano 1982 para que los lazos se recuperaran. Hubo en aquella ocasión una nutrida agenda de actividades en las tres localidades encaminada a relanzar un hermanamiento que prácticamente había quedado reducido a una firma en un libro y a un cartel a la entrada de la ciudad.
Este 2025 se ha vuelto a celebrar con enorme entusiasmo la renovación del hermanamiento a propósito de otra efeméride centenaria, la de la concesión del título de ciudad a Villena. Se plantaron árboles, se bautizó una rotonda, se organizó un desfile, se firmó un nuevo documento. Estuvieron los alcaldes actuales, muchos componentes de la corporación municipal, representantes de diferentes instituciones, regidoras… Pero de nosotros, los niños que una vez representamos el futuro, no se acordó nadie. Ni en 2007 ni tampoco ahora.
No hubo una invitación. No hubo un reconocimiento. Ni siquiera una mención. Nada, al menos que yo tenga conocimiento.
Sé que, como parte implicada, no soy objetivo, pero lo que intento transmitir a través de mis palabras no es un reproche, sino un recordatorio. Los niños de 1982, los que fuimos acogidos con enorme generosidad en casa ajena en lo que fue una experiencia pionera en nuestro país, existimos. Fuimos parte del hermanamiento en su forma más pura y viva. Y aunque el protocolo nos haya olvidado, la memoria aún puede rescatarnos.
Quizá para el próximo reencuentro, si es que lo hay, alguien se acuerde de que hubo un día en que un niño de Villena durmió en Escalona y creyó, de verdad, que eso significaba algo más trascendente que un fin de semana fuera de casa.