A vueltas con la Educación

  • 12 febrero, 2020
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A vueltas con la Educación

El día en que este artículo queda escrito ―24 de enero―, fue proclamado por la ONU como el día internacional de la Educación. El objetivo fundamental de marcarlo en el calendario mundial era y debería seguir siendo siempre que tal derecho le fuera respetado a todos los niños, con independencia de la clase social o del lugar donde hayan nacido.

Por desgracia, a pesar de que diferentes colectivos y administraciones realizan ímprobos esfuerzos en esa dirección, en la actualidad, todavía hay en el planeta doscientos cincuenta y ocho millones de infantes y jóvenes sin escolarizar, seiscientos diecisiete millones que no saben leer, y cincuenta y siete millones a los que se les ha negado la posibilidad de asistir a escuela por culpa de los conflictos bélicos.

Una vez más, da la sensación de que esos esfuerzos se estrellan contra el muro de hormigón que representa la realidad. Como en tantas otras facetas de la vida. Y la cuestión es que por cada niño que se le niega este derecho, por cada escuela que se destruye como consecuencia de la guerra, damos un paso atrás como humanidad. 

Sin embargo, si nos circunscribimos al ámbito doméstico, a nuestro país, el hecho de que el porcentaje de niños sin escolarizar sea bajo (el 0’39%) aunque no anecdótico, no nos libra de nuestros propios problemas en materia de educación, ya que, en este caso, las preocupaciones llegan por otro lado: el vaivén político a que se somete un día sí y otro también a nuestro sistema educativo.

Cada nuevo gobierno trae bajo el brazo sus propias reformas y da la sensación de que poco o nada se consulta a aquellos que conocen los problemas subyacentes, porque se enfrentan a ellos a diario: los docentes. De esta manera, se elaboran paquetes de medidas que, o bien no tienen demasiado sentido, o bien no vienen después respaldadas por las inversiones necesarias que las hagan efectivas.

Pero no importa. No, no importa mientras se disuada al personal de que se hace algo cuando en realidad no se hace gran cosa. Llega entonces el inevitable cuelgue de medallas, los brindis al sol, las ruedas de prensa, las declaraciones, las campanas al vuelo. Los políticos vendiendo un humo que termina evaporándose discretamente en su intento por ocultar la realidad.

Y esa realidad se traduce en que todo queda como estaba, o peor que estaba, la comunidad educativa más desorientada y un mayor y cada vez más asfixiante trabajo administrativo y burocrático para los profesores en forma de documentos inanes y escasamente aplicables al día a día de un aula.

En palabras de William Allin, la educación no es la respuesta a la pregunta, sino el medio para encontrarla. Cuando se la negamos a un niño o se la damos salpicada de dificultades, estamos perdiendo la oportunidad de avanzar, de ser mejores, de dejar un futuro que ilumine en lugar de ensombrecer.

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