Quince minutos

  • 4 noviembre, 2021
  • Comentarios
Quince minutos

Quince minutos. Un cuarto de hora. Apenas nada. Un plazo muy breve. Un suspiro en el inmenso océano que supone nuestra vida. Un lapsus diminuto que no invita a hacer gran cosa, que se antoja insuficiente para emprender acción alguna.

Quince minutos. Quizás el tiempo que disponemos para preparar la lista de la compra. O para leer un capítulo de la novela que llevamos entre manos. O el artículo de una revista. Tal vez el que necesitamos para telefonear a alguien a quien hace mucho que no vemos o con quien no hablamos. Es posible que el que nos da para escuchar hasta cuatro canciones de nuestro grupo favorito. No más. No mucho más.

Quince minutos. Ese es el tiempo con que han contado los habitantes de la Palma que se han visto desalojados primero por las fuerzas del orden y, desahuciado más tarde por ese volcán dormido que, para su desgracia, decidió despertar tras un prolongado y casi tranquilizador letargo.
Es difícil ponerse en la piel de todas esas personas que hoy lloran una tragedia que también hacemos nuestra. Aunque nos cueste. Aunque la observemos desde lejos. Aunque nos parezca que solo se trata de una película y contemplemos atónitos esa ficción que, lamentablemente, muchas veces supera a la realidad. Porque aquí hay realidad. A grandes dosis. Y los fuegos, no son efectos especiales. Y las lágrimas, la desolación, son reales y dolorosas.

Así que sí, resulta difícil ponerse en la piel, porque estremece. Pensar que en esos exiguos quince minutos debes rescatar solo una pequeña porción de ese presente que ahora ya es pasado, olvido y, más pronto que tarde, ceniza.
Si se analiza con detenimiento, no es difícil detectar la ironía. Los palmeros afectados por el volcán, primero han debido apresurarse para recoger los escasos enseres que esos quince minutos les permitían, para luego presenciar impotentes como su hogar, su forma de vida, la tierra que los vio crecer, toda una vida en suma, desaparecía a cámara lenta al ritmo que marcaba la lava a su paso.

Qince minutos, sí. Un cuarto de hora. Mucho o poco tiempo, eso depende del momento y las circunstancias. Suficiente en cualquier caso para dar las gracias por lo que tenemos, para reconocernos dueños de esa vida que con frecuencia olvidamos el valor que tiene

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *