Ni un antes ni un después

  • 7 septiembre, 2021
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Ni un antes ni un después

Existen dos ceremoniales ineludibles: el previo a fiestas y el postfiestas

Cuando queremos ubicar cierto acto o hecho (la diferencia está en la voluntariedad o la causa accidental del susodicho) en nuestro espacio temporal, además de determinar una fecha exacta tenemos la costumbre de relacionarlo con algún acontecimiento de especial relevancia, dígase antes o después Cristo, expresión universal, o, ya en el plano terrenal antes del nacimiento o fallecimiento de alguien, antes o después de Navidad, antes o después del verano, y en Villena, es muy común el “cuando cerró el Chicharra” y como no podía ser de otra manera, el obligado antes o después de fiestas.

Desde marzo de 2020, nuestra relación espacio temporal ha mutado. Además de acuñar y aceptar en nuestro vocabulario nuevas expresiones como “antes del covid”, o “antes de la pandemia” o “durante el confinamiento” o “en la nueva normalidad”, lo cierto y verdad es que, entre medidas restrictivas con algún respiro que otro, nos hemos saltado un año. Nos lo hemos comido, así, sin apenas sentirlo. Con patatas.
Si les pasa como a mí, cuando hagan ustedes referencia a las últimas Navidades o al último curso o al último lo que sea del que guarden un buen recuerdo, sus mentes habrán viajado como mucho al 2019. Porque el 2020 se nos escurrió entre los dedos y el 2021…piscas pajas. Que no le queda nada.

“ya si eso… para después de fiestas”


Hoy, señores y señoras míos y mías, “inclusivos e inclusivas”, hablaré especialmente de la pérdida de nuestro referente temporal “antes y después de fiestas”, que tanta importancia tiene una vez alcanzada la época estival.
Estos dos años sin fiestas, además de las nefastas consecuencias económicas y sociales que dejan tras de sí, han hecho estragos en nuestra salud mental, tan llevada y traída en y durante los juegos Olímpicos de Tokio. En una sociedad en la que todo urge y todo es para ya, vernos en la obligación de eliminar de nuestro acervo la frase de “ya si eso… para después de fiestas” nos ha afectado más de lo que podamos pensar. Porque si algo se podía dejar para después de fiestas, su importancia era muy relativa, la urgencia o prontitud del asunto no sería tanta si no estaba por encima de las fiestas de septiembre.


Da igual si sales de festero, o eres festero de tribuna o de los que se van en fiestas porque ni aguantarlas puedes. Seguro que tienes grabada a fuego en la cabecica la expresión ” antes de o después de, o en fiestas”.


De hecho existen dos ceremoniales ineludibles: el previo a fiestas y el post fiestas. Y de los dos hemos quedado huérfanos durante estos dos años.
El de antes de fiestas, siendo yo un crío, recuerdo que se hacía coincidir con la llamada “limpieza de verano”. Limpiar de raíz, encalar, todo bien arreglaico para fiestas. Hasta hornear las pastas.

Ahora que soy adulto, en esta época en la que se sigue limpiando en verano, (terrible) y casi ya no se hornea y digo casi porque con el confinamiento se recuperó mucho producto artesanal, el ceremonial previo a fiestas da comienzo para mí en el momento en el que aparecen en las panaderías y confiterías las primeras pastas de fiestas, con el primer arco o los primeros tintineos del martillo en el poste de las que serán luego las tribunas. Ya las casas andan liadas con trajes a los que habrá que repasar borlas y puntillas. Urgirá un cambio de suelas en las botas que se nos olvidó hacer al meterlas en su caja, apremiando a la modista o al artesano a 15 días de nuestras fiestas.


Ya a mitad de Agosto Villena se transforma. Huele diferente y se muestra distinta. También sabe de otra manera y no se la escucha igual desde el momento en el que desde las ventanas y balcones abiertos se oyen notas de pasodobles y marchas festeras o las ya tradicionales sintonías de programas especialmente dedicados a los moros y cristianos, esos que ahora se siguen haciendo con el objetivo de que, aún no habiendo desfiles, no perdamos los recuerdos ni la esperanza de que volverán. Quizá tardemos unos años en verlas tal cual han sido, pero volverán.


Pasadas las fiestas, empieza el otro ritual. El de después. El de lavar y guardar trajes, hacer memoria para acordarnos de que para el año que viene necesitaremos una casaca o un pantalón o unas botas nuevas. Y llegará de nuevo el día 15 y no las tendremos. Aún nos queda apurar las últimas pasticas de las bandejas de cada casa. Regresan al pueblo, a sus trabajos y a sus rutinas los que marcharon de vacaciones en esas fiestas. Aún queda alguna alábega, aún hay movimiento en las sedes festeras, recogiendo, ordenando y empezando a preparar las que vendrán. Porque siempre han llegado otras fiestas. Nadie lo ponía en duda hasta la llegada del bicho.


Los días se han ido acortando pero no nos hemos dado cuenta porque vivir sin estar pegado al reloj, unir el día con la noche, comer y dormir cuando se puede, el calor, cuando no ha tocado lluvia, todas esas cosas tan esenciales para disfrutar las fiestas, nos impiden pensar en que después vendrá un otoño con aromas distintos: olor a libro nuevo, a forro de plástico, a uniformes, o a chaquetillas por si refresca, a la ropa de temporada, para estrenar, porque el verano siempre hace que los pantalones y las mangas se queden cortos. Vuelta a las rutinas, que ni siquiera serán las mismas de siempre porque nos acecha la incertidumbre de las clases burbujas, las mascarillas, las distancias de seguridad…Hasta eso nos ha cambiado.
No las tuvimos en el 2020 y aunque algo de esperanza nos quedaba, no habrá un antes de las fiestas de 2021 ni tampoco un después. Días normales, pendientes de los picos y avances de los contagios y vacunas, otro salto al vacío pensando en que esta vez sí, esta vez si haya fiestas en el 2022.

Salud y felicidad.

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