Ese toro rencoroso
- 24 julio, 2010
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Verano es la época en que más tonterías se dan por metro cuadrado, muchas de ellas cíclica y obstinadamente repetitivas año tras año en una suerte de costumbre prescindible y cercana a la tortura. Ocurre con la canción del verano, esa melodía cansina con una letra, en muchas ocasiones, incomprensible, que se hace un hueco en nuestro sopor estival para recordarnos, por si el calor no lo ha hecho suficientemente, la estación del año en que nos encontramos.
Pero no es la única forma de saber que estamos en verano. No hay más que darle al televisor y ponerse a zapear en la jornada vespertina para encontrar esos programas cutres que, a bombo y platillo, se autopromocionan como refrescantes y originales, cuando no son más que una copia del de la cadena de al lado y que varía muy poco del emitido en años anteriores.
Sin embargo, la palma se la llevan los informativos. Privados de su mayor fuente de noticias, la política, se ven forzados a rellenar los cuarenta y cinco minutos de espacio con cualquier cosa que pueda resultar mínimamente noticiable. Apagados los ecos del mundial y del saturado beso del portero y la periodista, los telediarios aún tratan de estirar la victoria en Sudáfrica pero la vaca hace tiempo que dejó de dar leche de calidad, por lo que hay que recurrir a otros asuntos que, en muchos casos, pueden resultar hasta surrealistas.
El otro día, sin ir más lejos, uno de los informativos nacionales abría en portada con una noticia que, en otras circunstancias, podría resultar digna de “El caso”: la consumación de una calculada venganza tras muchos años de aguantar abusos y agresiones; venganza, por otro lado, llevada a cabo con las cámaras de televisión como testigo y donde el agresor, lejos de cortarse ante ese hecho, se ensaña con la víctima hasta darle una muerte cruel. Como digo, digna noticia de la prensa amarilla si no fuera por el nada despreciable detalle de que los sujetos protagonistas eran dos toros.
El día anterior, se había colado entre un grupo de noticias menores el hecho de que, en una fiesta celebrada en un ruedo valenciano, un toro hubiera acabado con otro tras embestirse los dos frontalmente y quedar ambos semiinconscientes. Pero mira por donde, a los dicharacheros reporteros debió de parecerles que tras aquel desafortunado lance debía haber algo más y, cámara en mano, se presentaron ante el ganadero propietario de los dos morlacos para conocer sus impresiones. De aquella entrevista salió todo un folletín de encuentros y desencuentros propio de telenovela venezolana.
Y allá que estaba la presentadora, con gesto circunspecto como si nos estuviera hablando de un funeral de estado o de los estragos de una catástrofe natural, relatándonos como los dos animales habían correteando juntos por las verdes praderas en sus tiempos de novillos, y de cómo la víctima se había ganado a pulso la animadversión de los demás por ser el broncas del grupo, triste fama que le llevó inexorablemente a acabar sus días destripado en el ruedo de una plaza. Sólo le faltó decir que él se lo había buscado.
Cuando uno procesa esta u otras noticias de parecido calado, además de quedársele cara de tonto, se da cuenta de que casi echa de menos el numerito diario de nuestros inefables políticos y, sobre todo es consciente de que, sí, en efecto, estamos en verano, con sus tonterías habituales.