Darle la vuelta

  • 15 mayo, 2025
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Darle la vuelta

En la era digital en la que vivimos, la tecnología y las redes sociales han transformado radicalmente la forma en que nos comunicamos, compartimos información y nos relacionamos con el mundo.

De un tiempo a esta parte, aunque también antes, pero esto va por rachas o modas, proliferan series y películas en las que la trama se basa en el mal que somos capaces de causar influenciados por todo lo que se nos cuela por internet o el aislamiento al que nos empuja facilitándonos comunicación, entretenimiento e incluso servicios sin tener que mover un pie de casa.

Gracias a la IA podemos escribir artículos, trabajos para el instituto, la carrera, hacer montajes fotográficos…resulta tan cómodo, tan fácil, tan accesible que interiorizamos que algo así no puede ser dañino. Perderle el respeto a estas herramientas demasiado pronto sin tener ni idea de las consecuencias que puede acarrear un mal uso no es bueno. Y es indiscutible que necesitamos poner límites y ofrecer mucha, mucha información.

El mal existía antes de internet y las redes sociales y seguirá existiendo, aunque algún día todo eso desapareciese. Los adolescentes también existían antes de “Adolescencia” la tan comentada serie que por motivos personales no estoy preparado para ver, todavía, y la crueldad no tiene no tiene ni edad ni sexo.

No sé si me lo hace la vista, pero es como si una pesada losa nos hubiera caído de repente. Todo ha cambiado mucho en un corto espacio de tiempo. Desde aquellos tiempos en que nos educaban en casa y adquiríamos conocimientos en los centros de enseñanza. Nuestra responsabilidad como padres aumenta. Tenemos muchos más campos que cubrir, que otear, mantenernos más alerta porque también los hijos lo tienen algo más difícil que lo tuvimos nosotros. Y pesa, tanta responsabilidad nos y les pesa.

Pero vamos a darle la vuelta, Nuestros “adolescentes” tienen más herramientas, más posibilidades de viajar y conocer otras culturas, abrir la mente. Ya no hay distancias insalvables para poder comunicar con amigos y familiares por muchos kilómetros que los separen.
Y sin embargo nada puede sustituir la comunicación directa, el contacto físico, las conversaciones de bares, los saludos y las paradicas en la calle. La necesidad de pertenecer a un grupo, de sentirnos arropados.

El concepto de familia está en continuo cambio. Aunque sigue existiendo la familia normalizada, el caso es que los matrimonios duran lo que duran, pocos ya son para siempre, aunque los hijos sí, y han de seguir sintiendo que juntos o no, los padres seguimos siendo un núcleo que aporta estabilidad y seguridad. El lugar al que siempre se puede volver cuando uno se siente desorientado o perdido.

El sentimiento de pertenecer a un lugar o a un grupo ayuda mucho y especialmente a determinadas edades. Y no les hablo basándome en mis nulos conocimientos de psicología sino por la experiencia de haber pasado todo un fin de semana rodeada de jóvenes deportistas cuyas edades estaban comprendidas entre los 12 y los veinte y pocos años. Deportividad entre ellos y con los clubes rivales, cooperación. Un grito común antes de empezar cada jornada en ese círculo mágico en el que se infunden ánimos. ¡Villena! La frustración por no poder seguir dando más al equipo por una lesión inoportuna, y áun así, continuar al lado de los competidores, de los entrenadores, tragándose las lágrimas, pero infundiendo ánimos, acompañando, aconsejando. Y dos semanas más tarde, el reencuentro aderezado con gachamigas y paellas. La alegría y la emoción de despedir a compañeros que se alejan, que dan un giro a sus vidas, jóvenes como son, pero sintiéndose arropados, sabiendo que siempre podrán volver a casa, porque su deporte, su club, es también su casa.

Ellos también son “adolescentes”. Dale la vuelta.

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