Soledad y silencio

  • 25 noviembre, 2021
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Soledad y silencio

Por cuestiones de seguridad, hace casi tres años se tomó la decisión de trasladar la Virgen, patrona de Villena, de su santuario, lugar en el que permanece la mayor parte del tiempo, hasta la iglesia de Santiago, su otro hogar, el espacio que ocupa cuando llegan las Fiestas. El día que se llegó a la conclusión de que era necesario el traslado, no se podía prever cuánto duraría la ausencia. Como tampoco se podía siquiera vislumbrar todos los acontecimientos que se producirían en este trienio que ha pasado desde entonces.

En el silencio de la arciprestal, la Morenica ha sido testigo de la soledad, una soledad inusitada, nunca conocida hasta ese momento. Pero también más, muchos más. Como que el Ecuador Festero se viera también forzado a celebrarse en Villena y no en las inmediaciones del santuario por los mismos motivos que habían obligado a su traslado. O que la Junta Central creara una comisión destinada a valorar posibles cambios en las Fiestas. “Que Dios nos pille confesados”, igual pensó al conocer la noticia.
Supo también que hasta ocho candidatos se postulaban a ejercer el cargo de alcalde y que solo uno, el socialista Cerdán, se llevaría el gato al agua en comunión con la formación saliente. Y que el nuevo ocupante de la alcaldía, no podría ocupar su despacho porque el edificio consistorial se había visto aquejado por los mismos males que su santuario: el tiempo y la inacción (o la acción a destiempo, que muchas veces viene a ser lo mismo).

Incluso tuvo la oportunidad de un último paseo por las calles de Villena antes de que el nefasto 2020 la encerrara, como a todos, a buen recaudo. Pero antes de que eso sucediera, cuando todavía las noticias sobre ese virus que vino luego a desmantelarlo todo no fueran más que un runrún remoto que en nada nos afectaba, una nevada histórica dejó la ciudad incomunicada por unas horas. Aquello, no era más que una anécdota, como se demostró después.

Incluso en la antesala del colapso, in extremis, se pudo celebrar unas Fiestas del Medievo en las que se respiraba una normalidad que no era tal y que ya no volvería a serlo Y luego la locura, el confinamiento, el escepticismo. La virgen, desde su altar en Santiago, viviría aquellos días extraños con el desconcierto de quien no sabe lo que pasa, o sí lo sabe porque lo ha vivido antes, años, siglos, milenios antes y conoce esa costumbre tozuda de los humanos por repetir sus errores.

El caso es que se vio en la soledad de un templo frío de columnas retorcidas, apenas visitada por las personas esenciales que debían procurar cuidados y atenciones a la iglesia y a la Sagrada Imagen. Y cuando por fin regresaron los fieles, lo hicieron tímidamente, en el número reducido que las normas obligaban. Sus rostros ocultos tras esas mascarillas de las que todavía no hemos conseguido desprendernos. Nada era como debía ser.

La Junta de la Virgen, a pesar de sus intentos, no conseguía que la patrona regresara al santuario. Como mucho, se logró que pudiera estrenar, por el día del Voto, un nuevo manto donado por la familia Martínez Rodríguez. Pero, a pesar de todo, el tiempo pasa y esa normalidad que no es tal, también permitió al fin que se obrara el milagro. Un 23 de diciembre de 2018, la Morenica salía de su casa con destino claro y futuro incierto. Un 24 de octubre de 2021 regresaba al fin en un acto que terminó convirtiéndose en una romería atípica, pero romería al fin y al cabo. Casi tres años de espera, casi tres años de incertidumbre, casi tres años en los que, entre otros acontecimientos, conocimos una situación nueva que nos cambió la vida que conocíamos hasta entonces, esa que dábamos por segura.

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