Reflexiones desde el aislamiento

  • 25 marzo, 2020
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Reflexiones desde el aislamiento

Hace aproximadamente 10.000 años la Humanidad entró en una etapa totalmente nueva en su devenir por el planeta. Esta etapa es conocida como Neolítico y queda definida por la domesticación de especies vegetales y animales, lo que supuso el inicio de la sedentarización que conllevó la aparición de poblados –fuertemente protegidos por murallas- y, con el tiempo, la existencia de enormes ciudades con la complejidad social que éstas suponían.
Todo este proceso comenzó en el actual Próximo Oriente y paulatinamente pero sin pausa, se difundió por todos los continentes.
Obviamente he resumido en breves líneas un proceso de miles de años que, si nos fijamos bien, seguimos en él. Adonde quiero llegar es a lo siguiente.
El Neolítico supuso el inicio del dominio del ser humano sobre el resto de especies vivas. En esto consistió la domesticación antes referida: el trigo, la cebada, las legumbres, el maíz, el arroz, entre otros ejemplos, fueron creciendo allí donde decidía el ser humano –cada vez más agricultor que cazador- según sus necesidades. Por su parte, a la oveja, la cabra, al ganado porcino y el equino le sucedió tres cuartos de lo mismo y el número de sus cabañas dependía del albedrío humano. Lógico y sensato pensará quien ha tenido la osadía de comenzar a leer este escrito y ha llegado hasta aquí.
El meollo de la cuestión está en cómo comenzamos a relacionarnos con las especies que domesticábamos, es decir, que sometíamos: no tuvimos compasión alguna; ni la seguimos teniendo. Nuestro primordial objetivo era –y es- conseguir alimento y aquellas especies que nos lo han suministrado han sido condenadas a ello; por tal razón, llevamos miles de años decidiendo cuándo nacerán, cómo desarrollarán sus potencialidades naturales y en qué momento serán sacrificadas o recolectadas.
Y así lo hacemos porque para eso les hemos vencido en la dura lucha por la existencia y continuidad de las especies. Somos la especie dominante y miramos a las demás desde nuestra elevada posición.
Y con este soberbio punto de vista en nuestras espaldas hemos dejado huella humana a lo largo de los siguientes siglos. Todo el planeta está a nuestras órdenes y se le exige sumisión. Soberbio punto de vista y, además, acaparador porque deseamos todos los recursos y cuanto antes, mejor. Esto significa devastar amplísimas zonas de bosques para convertir el terreno desbrozado en pastos para el ganado; desviamos millones de litros de agua para que éste pueda engordar lo más rápidamente posible; aniquilamos los bosques tropicales de las islas de Indonesia para cultivar aceite de palma privando del ancestral hábitat a nuestro primos de la familia orangután; aquellos perros galgos que ya han cumplido su labor en la caza tienen un atroz final de sus vidas…… Podemos hacer todo esto porque, insisto, somos la Especie Superior.
En realidad, creemos que somos la Especie Superior pero el coronavirus nos está dando una importante lección de cura de humildad. La pandemia que está provocando será vencida y, finalmente, derrotada cuando todo el conocimiento humano se focalice en conseguir la vacuna que acabe por hacernos invulnerables a su presencia. Eso será así y no habrá que esperar mucho tiempo. Mientras tanto….
Mientras tanto, todos los continentes en máxima alerta, países cerrados a cal y canto, miles de personas muertas, millones confinadas en sus hogares y es evidente la casi paralización de todas la actividades económicas sembrando preocupación e, incluso, miedo por el futuro. La Humanidad entera, la Especie Superior, anda temerosa.
Un virus de tamaño microscópico, pero real, es el responsable de tanta desolación, un virus de claro –según las últimas investigaciones- origen animal.
No estoy afirmando que no debamos atacar la pandemia actual; todo lo contrario, pero sí que esta situación debería hacernos reflexionar. Voces científicas muy clarificadoras llevan tiempo informando de la relación directa entre la destrucción de ecosistemas –que está provocando una importantísima pérdida de Biodiversidad- y una mayor facilidad para el contacto humano con virus –por cierto, conocidos de antemano- que han estado conviviendo con otras especies y que, debido a la pérdida de la Biodiversidad, comienzan a integrarse en nuevos hábitats con fuerte presencia humana.
Estos días de enclaustramiento doméstico nos permiten detener nuestro ritmo diario y, con tanto tiempo que tenemos por delante, meditar, por ejemplo, sobre el trato que la Humanidad está ofreciendo al planeta que es nuestra única casa. Por cierto, también la casa de todas las demás especies. Ésta, y no otra, es la finalidad de este escrito.
P.D. Sirva de homenaje a todas las personas que están falleciendo por la pandemia.

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