Naturaleza muerta

  • 1 agosto, 2019
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Naturaleza muerta

Si tal y como denuncian las evidencias, el reciente incendio de Beneixama que ha devorado novecientas hectáreas, ha sido provocado, se confirmará una vez más que la especie humana, empujada por no se sabe qué tipo de demencia febril , viaja sin remedio camino de su propia perdición y, de paso, de la de todos los demás seres vivos que pueblan nuestro planeta.

Durante los primeros días tras iniciarse la catástrofe, creció la indignación popular, pero extinguidas las llamas, como es lógico también se ha ido extinguiendo el ardor ciudadano. ¿Y qué nos queda a partir de entonces? Pues nos queda el paisaje desolador fruto de la devastación; nos quedan los matices grises y negros donde debería reinar el verde en todo su esplendor; nos queda eso, pero por supuesto también nos queda el gesto resignado y la tristeza de aquellos que ven de la sierra de la Solana algo propio, un fragmento fundamental del alma de un pueblo, un lugar de visita y disfrute para muchos, una fuente inextinguible de recuerdos que hoy asoman en la memoria para hacer más dolorosa la contemplación de dicho paisaje.

Lejos de prestar atención a los continuos y cada vez más significativos avisos de la naturaleza, la especie humana, nuestra especie, rema en la dirección contraria, convencida de que puede desafiarla; de que, en una flagrante estrechez de miras, solo le vale el presente o el futuro más inmediato; de que el planeta no es más que un enorme supermercado dispuesto a satisfacer todos sus caprichos.

Es cierto que la mayoría no actuamos movido por la mente enferma (o no tan enferma) de un pirómano. Pero debemos admitir que, por acción u omisión, todas y todos estamos contribuyendo a pintar sobre el lienzo del hogar que habitamos una de las obras de arte más grotesca que se pueda imaginar: la de la naturaleza muerta, una naturaleza que nos alimenta y nos protege y a la que, contra toda lógica, castigamos sin descanso. 

Lo ocurrido en Beneixama no es algo extraordinario ni exclusivo, sino un patrón que cada vez se repite con mayor frecuencia y del que ningún lugar está libre, del que ninguna persona está exenta de responsabilidad. Avanzamos a pasos agigantados hacia la deforestación y en menor o mayor escala, estamos contribuyendo a acelerarla. Quien quema el bosque movido por un placer patológico o por intereses económicos, merece el repudio de todos; pero si no  se ponen los medios, si no se trabaja con previsión, si de una maldita vez no aceptamos lo que se nos viene encima, si no cambiamos ciertos hábitos, lo único que estaremos haciendo es echar más leña al fuego. Y entonces, lo único que quedará claro es que la naturaleza muerta, más que en el paisaje que nos contempla, estará en nuestras propios corazones.

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