La sombra de un día

  • 5 septiembre, 2020
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La sombra de un día

Te levantas por la mañana sintiendo algo extraño en el estómago, un ronroneo incómodo y nuevo que no comprendes y que comprendes al mismo tiempo. Un malestar que te mira fijamente desde el otro lado del espejo cuando entras en el baño.

Nada cambia cuando te sientas a desayunar, ni cuando te vistes aunque no sepas bien por qué. Hoy careces de propósitos, te sientes desprovisto de toda motivación. Miras por la ventana y solo ves un conglomerado de nubes grises y apelmazadas sobre un cielo, por otro lado, despejado.

Es entonces cuando aciertas a intuir el motivo de tu desasosiego. Se trata del silencio, un silencio sepulcral que solo te trae el runrún del tráfico en la calle, el ruido de la cotidianeidad. La música calla, los festeros callan y tú callas con ellos. La ciudad debería estar envuelta de la magia del día 5 por la mañana, pero solo la recubre el silencio, el vacío, la ausencia.

Te pones la mascarilla que la comparsa ha encargado para la ocasión y sales a la calle. Los amigos ya te esperan para almorzar. Así lo habéis decidido. Que no se puedan celebrar las Fiestas no significa que haya que olvidarse de las tradiciones. Así lo hablasteis y esa es vuestra intención.

Una vez fuera, aspiras el aire en un esfuerzo inútil por sentir el aroma de la alábega. Agudizas el oído en busca de una nota perdida en el aire. Lo sabes. Es solo la ilusión  de creer que todo ha sido un mal sueño, que nada de lo ocurrido durante los últimos meses ha pasado de verdad. Pero ahí está la mascarilla y ese silencio pertinaz para recordártelo.

Suspiras profundamente y continúas la marcha. A tu espalda quedan las mismas calles que, horas más tarde, no se verán atestadas de público ni serán testigo de la Entrada de los Moros y Cristianos.

Puede que hoy sea 5 y sea por la mañana, pero también puede que en realidad no lo sea.

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