Ellas, mis Brillis

  • 1 julio, 2019
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Ellas, mis Brillis

Entre bambalinas. Allí, escondida tras los cortinajes negros del Teatro Chapí disfrute de la gala fin de curso con la que la academia de Mercedes Calabuig cerró el curso de danza 2018/2019. No es el mejor lugar para observar el virtuosismo de quienes sobre las puntas dibujan con elegancia sus coreografías o quienes repiquetean sus tacones sobre las tablas del Chapí tocadas con peinetas y flores. No es la mejor manera de paladear la impresionante actuación de las tres profesoras al ritmo de la banda sonora de Juegos de Tronos ni siquiera de admirar como las más jóvenes rompían el aire con sus brazos y sus piernas a golpe de Rosalia.

No era el mejor lugar para ver la actuación pero… era el mejor sitio para saborear los nervios de los más pequeños, que a pesar de su corta edad,  fueron conscientes de que pisar las tablas del Chapí era todo un reto.

Y allí, entre las idas y venidas de las de flamenco, moderno, ballet y la increíble habilidad de las de Contemporáneo, recordaba como sólo hacía unos meses había llegado a la academia. Así, sin pensarlo, un día de septiembre decidí que era el momento de bailar. Y llegue a la recepción del estudio de danza que me pillaba más cerca. Y ante la posibilidad de todos los bailes que ofrecían en el catálogo opte por el que me pareció menos difícil. «Baile moderno» dije. Sin embargo, tuve que esperar hasta el frío enero para conseguir un puesto.

No sabía cómo se llama el grupo, desconocía incluso que tuvieran nombre. A muchas de ellas las conocía del colegio o simplemente de verlas por Villena. A otras, era la primera vez que me las cruzaba.  Finalmente, sólo hizo falta ingresar en el whatsapp para saber su nombre: «Las Brillis». Y con este bautizo digital ya me sentí un poco parte de ellas.

Allí, entre bambalinas, recordé los meses de ensayo, las torpezas, mi incapacidad para recordar los pasos que acababan de enseñarme, mi habilidad para la descordinación. Aprender a bailar ha sido una de las experiencias más costosas de los últimos años. Tuve que desaprender un largo camino y dejarme llevar por la profe Ana Ureña para, por lo menos, dar algunos pasos con la dignidad suficiente para pisar las emblemáticas tablas del Chapí.

Tic, tac, tic, tac… cada vez más nervios en el estomago; tic, tac, tic, tac el pánico escénico agarrotaba mis piernas y mis brazos. Hasta que sonó la música, poco más de minuto y ya había terminado, y llegaron los aplausos de un Chapí entregado. Uff… se terminó la primera, ahora a por la próxima.

Y allí, saludando, vi a dieciséis mujeres capaces de superar estereotipos. Sin ganas de hacer una revolución, sin necesidad de romper barreras, pero cruzando líneas que hasta ahora estaban marcadas en rojo para mujeres, digamos, de cierta edad. El único objetivo, bailar y de paso, disfrutar mucho porque Las Brillis son muy disfrutonas. La realidad: tener el suficiente coraje de danzar al ritmo de Lola Indigo, a pesar de todo.

Mis Brillis no son las únicas. En Villena tenemos grupos de mujeres que se saltan las reglas porque ha decidido que para bailar no existe edad, que para cantar tampoco como la CCPINK o que para reivindicar una siempre está dispuesta, como las Mosqueperras. Da igual la habilidad que se tenga, porque una no es nada sin el colectivo y ahí reside el talento en la unión. En una unión de mujeres que a pesar de lo que se piense, no se llevan mal sino todo lo contrario.

Además, este fin de semana he tenido la oportunidad de conocer a sus hijos y a sus hijas, que han bailado en este fin de curso en el Chapí y en la fiesta solidaria de los Piratas. Pequeños que, además de saberse de memoria la coreografía de sus madres, son también sus mayores fans.

Bueno, al año que viene más y mejor. Por ahora, feliz verano.

P.D: Este artículo está escrito en femenino porque la mayoría somos mujeres. Pero no podemos olvidar que entre las Brillis se encuentra Rubén que es «una» más.

     

 

 

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