Monólogos en el Castillo

  • 6 agosto, 2018
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Monólogos en el Castillo

Una noche estupenda porque corría un poco de viento y se agradecía enormemente tras el sofocante calor durante el día. El ambiente cerca de las faldas del Castillo de la Atalaya era muy prometedor: las sillas bien dispuestas alrededor del escenario; éste, a punto de luces y sonido para que el espectáculo comenzara a su hora, sin retrasos. La barra, regentada por personas voluntarias del barrio del Rabal. Las cinco personas miembros del Jurado ya estaban en su lugar de reflexión con la suficiente antelación. Llegaron las Autoridades municipales. En fin, todo preparado.

Todo hubiera salido perfectamente si no hubiera sido por las personas protagonistas de la noche. Eran seis quienes competían por los premios de esta octava Edición del “Concurso Nacional de Monólogos” pero yo no pude aguantar hasta el final y al tiempo que terminó la cuarta participante, también acabó mi presencia en el acto.

Existe una regla de oro para cualquier persona que deba acudir a un escenario: no olvidar nunca la seriedad del momento, aunque éste se vincule con lo cómico y la risa. Por seriedad se entiende ensayar qué se va trabajar y cómo se tiene que transmitir el mensaje.

Y me dio la impresión de que el concepto “tomar algo (con alcohol) para entonarse, subir el vaso al escenario para que todo el mundo lo vea, coger el micrófono y ponerse a hablar” chocaba ostensiblemente con la regla de oro mencionada.

Antes de una actuación, hay que ensayar previamente; y mucho. Y, a ser posible, tener a gente cercana delante para que analice lo que estás preparando, te comente su opinión y así mejorar y pulir errores. A juzgar por lo que vi anoche, de todo esto, nada de nada.

La estructura narrativa brilló por su ausencia; faltó ritmo; los temas eran muy socorridos y muy manidos: las madres, novias, abuelas, exageraciones propias y ajenas llevadas hasta el infinito. En fin, nada nuevo bajo el sol.

El panorama empeoró notablemente con el uso gratuito e innecesario de un lenguaje procaz, zafio, burdo y, en algunos momentos, repelente hasta el punto de provocarme vergüenza ajena. Ya no sabía a dónde mirar cuando lo oía.

Me dolió especialmente el hecho de que las personas concursantes me quisieran transmitir la idea de que era humor lo que estaban haciendo.

Como consuelo final, me quedo con que hubo una criba previa –ignoro los requisitos para realizar tal tarea- y anoche, en Villena, estaba la élite. ¡Menudo problema serio de conciencia me hubiera supuesto haber sido miembro del Jurado!

 

FERNANDO RÍOS SOLER

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