Lo que no vemos detrás de las mascarillas

  • 3 febrero, 2021
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Lo que no vemos detrás de las mascarillas

En aquella  fase que se denominó como nueva normalidad y que no termina de llegar, esa fase en que la gente salía a pasear por caminos y campos, por calles poco transitadas, esa fase que permitió los reencuentros limitados a  hola  y adiós y un ¿estáis todos bien?, dicho desde la distancia, justo en esa fase descubrimos que durante los meses de confinamiento, las personas humanas, además de haber hecho limpiezas a fondo, repostería, ver series de dieciséis capítulos en una sentá…además de todo eso, los humanos habían aprovechado para sacar su lado  estético más salvaje. Hubo quien tomó la decisión de tintes no, más tintes no y dejó que el cabello recobrara su color natural,  de rubias y morenas pasaron a lucir con orgullo sus canas. Hubo quién se dejó crecer el cabello dejando unos rizos hasta entonces ocultos, volar libres al viento de la pandemia. Hubo quién se dejó hacer y permitió que como churras o merinas les esquilasen las cabelleras, al rape o al uno como mucho. Y hubo quién tomó la firme decisión de no volver a depilarse, al menos mientras el, lo, la COVID, nos mantuviese en este estado de limitación de contactos y movimientos.

Ese ejemplo lo tengo en casa, y con su venia, lo relato tal cuál sucedió: mi santa esposa decidió que si total,  no había que salir a ningún sitio y el vestuario básico eran pijamas, batas, sudaderas y pantalones de algodón, ni medias ni enteras, ni había que seducir porque con los chiquillos en casa tampoco la intimidad del dormitorio fue mucha, decidió que no se depilaba, que iba a pasar esos meses como su más antiguo ancestro, la  pecadora  EVA, que según los darwinistas, debió ser una mona. Piernas, inglés y axilas sin problema, no era la primera vez que los veía en su estado natural. Las cejas siempre las tuvo muy pobladas, nada sobrenatural tampoco, pero lo del mostacho, eso sí me costó asumirlo. Y no hubo nada que hacer. Se enarboló la bandera del feminismo más radical en cuanto a las depilaciones y ahí está. Con su bigote. Si total, va a todas partes con mascarilla, ¿qué más dará? Pues dar, da. No me termino de acostumbrar. No es que esté mal, es que está rara. Comprendan que tras años y años de quitarlo  a base de cera caliente, pinzas o bandas de cera fría, el vello ha cogido una fuerza descomunal. Y crece a rodalicos, como la hierba en el campo.

Y me recuerda aquella cancioncilla de mi madre que decía “eres alta y delgada, como tu madre, morena salada, como tu madre. Pero tienes bigote como tu padre, morena salada, como tu padre…”

Ni machismo ni feminismo, sino todo lo contrario; libre albedrío. Así pues, me dejé crecer la barba. Esa barba que nunca le gustó porque le picaba  la cara al besarla, esa barba de la que tantas veces renegó. Esa barba que asoma ahora debajo de la mascarilla, dando volumen y espesor al hueco que queda entre la mascarilla y barbilla y me hace parecer más fornido.

Una barba bien poblada es difícil de esconder tras una mascarilla, pero no hay día en que no me cuestione si bajo de la mascarilla de cada mujer, además de una sonrisa, habrá un bigotete, como el de mi costilla. Si ese brote de rebeldía, será generalizado.

Para más inri, a finales de febrero tras superar mi pavor al dentista, tomé la iniciativa y  acudí a un profesional que me dejara la boquita bonita, como para volver loca a Shakira. El  diagnóstico fue drástico. Una ortodoncia previa a los implantes. Entre todas las modalidades de bracktes existentes yo me decanté por los metálicos de toda la vida, más resistentes y rápidos, según consejo del especialista. Ya es difícil hablar con naturalidad con eso puesto en los dientes, imagínese si además le plantamos una mascarilla. Ni manera de entenderme. Cuando además explicaba a mi interlocutor lo de la ortodoncia, la pregunta siguiente era: ¿te has puesto los brackets ahora que no se te ven, no? ¡¡ No y no!! Yo no soy responsable de esta pandemia, yo no le pedí al universo que todos lleváramos mascarillas para disimular mis brackets. Que me lo estoy viendo venir, que la culpa no fue mía.

Tenemos armamento nuclear a punta pala, productos químicos como para envenenar a toda la humanidad y al final  va a resultar que lo de la COVID  fue una invención mía para para que mi ortodoncia pasara desapercibida. Venga ya. No me carguen el mochuelo que los veo venir.

Y nunca dejen de sonreír detrás de la mascarilla, con bigotillo, sin bigotillo o con barba.

Además de una política correcta, una dotación de medios decentes, mucho trabajo, mucha prudencia y respeto, la risa es lo único que nos puede salvar.

P.D.Y no crean que me tomo este tema de manera graciosa, que en algunos casos, la tuvo.  Pero en esa etapa en que destapábamos nuestro alter ego al menos en lo estético, también hubieron meteduras de pata, y más allá. Con aquello del empoderamiento de las canas, yo al menos, irreflexivo y espontáneo, preguntaba a algunas conocidas y amigas, si ellas también habían optado por dejar el cabello al natural, o tan cortito y rizado. La boca al suelo cuando con total normalidad respondían que no, que tenían cáncer, que con suerte, aún con la pandemia rondándoles habían recibido sus dosis de quimio y que gracias al cielo, ahora empezaban a recuperar su pelo. Es lo que tuvo el confinamiento, que nos metimos tan en nosotros mismos, que se nos olvidaron muchas personas que iniciaron o continuaron un tratamiento invasivo que tuvieron que vivir a solas, por ellas mismas, para preservar mejor su salud.

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