La familia

  • 4 junio, 2018
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La familia

Lo sucedido en los últimos días en el Parlamento español es, sin duda alguna, de gran calado: nada menos que un Gobierno ha sido destituido por las Cortes; esto, en realidad, no debería sorprendernos demasiado porque en un sistema democrático las Cortes son la sede de la Soberanía Nacional y, por ende, sus miembros representan la voluntad de la ciudadanía que espera de ellos, como mínimo, modelos éticos irreprochables.

A este respecto, la sentencia judicial del caso Gürtel, en esencia, afirmaba que el Partido Popular no había jugado limpio en los últimos años. Es comprensible que la mancha oprobiosa llegara al propio Equipo de Gobierno que ha caído por mandato irrevocable de la ciudadanía, vía Parlamento.

Éste sería el análisis somero de los hechos vividos recientemente. Pero creo que debemos profundizar lo que nos obliga a retrotraernos en el tiempo.

En España –y esto es algo totalmente extrapolable a cualquier otro país- ha existido una minoría social que ha gestionado los recursos nacionales; con ello, me refiero a la administración de las riquezas del país, a las relaciones de todo tipo con otros países y a la proclamación de leyes que, por su naturaleza propia, son de obligado cumplimiento para todo el mundo.

No sin dificultades, esta minoría –denominada “España Oficial”– alcanzó su privilegiada posición a partir del reinado de Isabel II, allá por el siglo XIX, y en ella sigue con el máximo afán. Nos estamos refiriendo a la burguesía –agraria, industrial y financiera-, estrechamente unida a las familias nobiliarias terratenientes. La Iglesia católica, muy cercana, históricamente ha pontificado este “matrimonio”.

¿Qué podía justificar esta posición elevada? Sin duda alguna, el control de la vida económica. De la España Oficial han salido las personas que no solamente han sabido obtener beneficios monetarios de sus empresas, terrenos cultivables o provenientes de asuntos financieros sino que han estado preparadas para legislar en el Parlamento: han elaborado y aprobado las leyes que les han beneficiado y, al mismo tiempo, perjudicado al resto de la sociedad. La preparación académica –en su sentido más amplio- ha sido siempre la frontera social.

El resto de la sociedad –“España vital”– ha estado formada por miembros de la burguesía media y pequeña, campesinado y clase obrera que no han tenido opción de gestionar nada ni, por cierto, existe la intención de tenerla alguna vez.

Por consiguiente, hace casi dos siglos quedó conformado el “orden natural” de la sociedad española. Así era y así debe s: la permanencia e inmutabilidad fueron y son las características básicas de este sistema. El Ejército ha sido, en última instancia, la herramienta que la España Oficial guardaba bajo la manga si, en algún momento, este “orden natural” daba señales de ser transformado: para muestras, la Primera y Segunda República. En esta línea de reflexión, la figura de Franco –como representante de la España Oficial- fue un episodio más de cuantos ha habido en este país desde el siglo XIX. No supuso nada nuevo bajo el sol.

Este análisis histórico tiene su continuidad en estos momentos políticos y sirve para explicar la lucha titánica de Mariano Rajoy y altos dirigentes del Partido Popular por aferrarse al Poder; no por el Poder en sí sino porque se deben a ideales más elevados: son los representantes de la España Oficial y ésta no se cuestiona.

Desde su situación -que ella entiende- superior, la España Oficial considera que el Poder es suyo; a través de su clase política mira con displicencia y paternalismo a la otra España, que nunca deberá ocupar su posición de privilegio. La España Oficial no es democrática porque no entiende de disparidad de criterios, ni de divergencias ideológicas internas y externas, ni de Estado de Derecho a respetar, ni de Separación de Poderes ni falta que le hace. Le da igual si existe un régimen monárquico liberal, una dictadura o una República siempre que sea ella la que gestione la vida del país. Y su clase política está a su servicio, fiel, sumisa y con un mensaje muy claro: seguir marcando la frontera social; que ésta no sea permeable.

En un alto grado de magnanimidad, la España Oficial puede admitir que, en el Parlamento pueda haber representantes de la España vital pero siempre debilitados y fragmentados, sin posibilidad alguna de formar un Gobierno.

Vuelvo al inicio: se ha producido un hecho de hondo calado porque Mariano Rajoy ha fallado estrepitosamente pero no al interés general del pueblo español al que tanto se refería en sus discursos. Ha defraudado a sus superiores y no ha sido capaz de evitar los dictámenes tanto del juicio “Gürtel” como del Parlamento. Ha fallado a su Familia. Terrible equivocación.

 

Fernando Ríos Soler

 

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