Epidemias en la historia de Villena. La peste de 1676-1679

  • 26 mayo, 2020
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Epidemias en la historia de Villena. La peste de 1676-1679

Francisco José Carpena Chinchilla.
Centro de Estudios Locales de Yecla y Norte de Murcia.

Villena, como gran parte de la geografía levantina de la Península Ibérica, padeció a lo largo de su historia numerosos episodios de contagios de enfermedades, que a través de diversos vectores infectaban a importantes segmentos de su población. La escasa capacidad de respuesta médica antes estas epidemias, por falta de conocimientos sanitarios sobre la afección y su remedio, así como por la escasez de medios para afrontarlas, convertían  estos episodios en auténticas tragedias sociales, con elevadas mortandades y afectados, que en ocasiones padecían secuelas que limitaban a posteriori el desarrollo normal de sus vidas.

Solían producirse estas crisis sanitarias en muchas ocasiones, como consecuencia o como legado, de otros aconteceres que facilitaban la expansión de las infecciones. Una sucesión de malas cosechas, creaba hambrunas y éstas debilitaban la capacidad de respuesta de las personas a nivel inmunitario, de ahí la extensión de la epidemia, de ahí su mortandad y alta incidencia.

Las fiebres tercianas, la fiebre amarilla, epidemias de catarros y el cólera morbo asiático son algunos de los contagios que hemos detectado en la historia de Villena. Pero es otra enfermedad infecto-contagiosa la que más documentación nos ha dejado, se trata de la peste bubónica, producida por una bacteria denominada Yersinia pestis, y así denominada por presentar ganglios inflamados o bubones. Esta enfermedad procedente de Asia central, se hizo tristemente famosa a mediados del siglo XIV, cuando provocó una pandemia que se estima acabó con la vida de 100 millones de personas.

Lo cierto es que en la documentación histórica de Villena, se hace referencia específica a episodios de peste en 1476, 1564, 1581-1583, 1589, 1637, 1647-1652, 1676-1679, 1720 y 1802-1803, sin bien hemos de especificar que en la mayoría de casos, la enfermedad no llegó a invadir nuestra ciudad. Para el presente trabajo nos vamos a centrar en una de ellas, la que se desencadenó entre los años 1676 y 1679.

A finales de junio de ese primer año, llegaron a la ciudad noticias sobre la detección de la infección en Cartagena y se dieron las primeras órdenes de carácter preventivo por el concejo villenense, para cerrar y guardar las puertas de la muralla y cortar las calles que quedaban fuera de la misma, a este y oeste de la ciudad.

En mayo de 1677, el contagio se había hecho presente en poblaciones cercanas a Villena, encendiendo las alarmas, a lo que contribuyó el que familias de poblaciones infectadas pretendieran trasladarse a esta ciudad, al amparo e intercesión de la patrona, la Virgen de las Virtudes. Esto motivó quejas y la oposición de muchos vecinos y que el Ayuntamiento resolviera prohibir la llegada y alojamiento de estos refugiados el 23 de dicho mes y año. Este acuerdo tan contundente se quebrantó a principios de agosto de ese año, ahora eran personas de elevada posición en la ciudad de Murcia los que solicitaban refugio en Villena, y el concejo estimó que había de ser caritativo con tales sujetos y sus familias.

Estos eran el Inquisidor D. Joseph de Medicis; D. Bernardino García, canónigo magistral de la Catedral de Murcia y D. Salvador de Mergelina, caballero de dicha ciudad. Se consultó a los médicos de Villena D. Gerónimo Martínez de Olivencia y los doctores Miguel Ángel y Pedro Martínez de Olivencia. Los cuales estimaron que no se les podía negar la cuarentena en Villena, pero debían guardarla en una casa en Sierra de Salinas, distante a dos leguas y media de la población.  Pasados cuarenta días, los visitarán los médicos y si estos bajo juramento los daban por sanos, tras quemar sus ropas y otras diligencias podrían entrar en la Ciudad. Estas gentes que pretendían refugiarse en Villena, pretextando en algunos casos su devoción a la Virgen de las Virtudes, se negaron a pasar la cuarentena tan lejos de la ciudad, habilitándose entonces la ermita de santa Lucía para ello, en las inmediaciones de Villena.

En julio de 1679 se recibían noticias de haberse avivado la epidemia en Granada, Ronda, Antequera y Málaga. Como respuesta se volvió a acordar el cierre de la ciudad y el control exhaustivo de las personas y mercancías que pretendían entrar en ella.

De estas notas, podemos deducir que las actuaciones más eficaces contra el contagio, eran las de carácter profiláctico, aislando, en la medida de lo posible, a la población de las personas y productos provenientes de las zonas afectadas. Para ello utilizaban la muralla, que por entonces permanecía en pie, si bien la ciudad en aquellos momentos ya había excedido el corsé urbano que esta imponía. En este episodio, Villena se vio libre del contagio, pese a su laxitud en la aplicación de sus propias normas con respecto a algunos potentados murcianos. El quemar las ropas de los procedentes de zonas infectadas, era sin duda otra medida con el mismo perfil y además con cierta eficacia, pues el vector de contagio era la picadura de pulgas.

En muchas ocasiones, se constataba que los vecinos, con licencia o no, habían practicado “minas” o portillos en el lienzo de la muralla, con el fin de acceder a sus propiedades en los campos inmediatos sin tener que dirigirse a las puertas, o por tener otras construcciones contiguas a la zona exterior de dicha cerca. En estos casos de alarma sanitaria, se daban instrucciones taxativas, ordenado a los particulares la restauración y cierre de los mismos bajo multas y cargo a su costa de la ejecución del reparo.

Como señalábamos al principio, la ciencia médica en aquel momento no tenía respuestas para tales afecciones, quedando los profesionales de la medicina como meros asesores en algunas de las medidas adoptadas y en todo caso, como fedatarios del estado de salud de los individuos de la ciudad o de los que a ella pretendían acogerse.

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