Domingo fantasmal

  • 24 marzo, 2020
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Domingo fantasmal

Vivimos en un país abierto, asomado constantemente a la calle; un país donde ni siquiera el frío del invierno nos arredra, nos recoge en casa. Somos gente de luz, acostumbrada a abandonarse al cielo azul, al calor humano, a la necesidad de los otros. Por eso resulta especialmente sobrecogedor el silencio de un domingo por la mañana, por otra parte luminoso. Mucho más de lo que pueda parecer en otros lugares del mundo, donde el recogimiento es una forma de vida.

DESABASTECIMIENTO
No es algo nuevo: los momentos de crisis, de pánico, el apocalipsis, sacan lo peor de las personas (también lo mejor, seamos justos). Ocurre en los periodos de guerra, de la misma forma que ocurre cuando llegan las rebajas. Ahora no iba a ser una excepción. Impelidos por no sé qué locura, hemos hecho de los supermercados y grandes superficies un campo de batalla que solo nos ha dejado episodios bochornosos y estantes vacíos. Aunque, en honor a la verdad, los políticos no han ayudado, acostumbrados como estamos a que pase lo contrario de lo que afirman. Basta que aseguraran el suministro de productos de primera necesidad para que todos corriéramos en tropel a hacer la compra.
Movido por la misma preocupación, no quise perder ni un segundo en visitar la biblioteca. En previsión de las duras jornadas que nos esperaban, daba por hecho que la población se habría provisto de una cantidad ingente de ejemplares para poder pasarlas de la mejor manera posible. Al igual que con la carne del supermercado, esperaba encontrarme las estanterías huérfanas de libros. Para mi sorpresa, no fue así.

PAPEL HIGIÉNICO
La compra indiscriminada de este artículo, todavía no explicada psicológica o sociológicamente por los expertos, ha dado mucho juego para los memes y demás gracietas internáuticas. Uno, que no puede evitar barrer para casa, está convencido de que no tardará en aparecer una nueva corriente artística: la literatura higiénica.

APLAUSOS
Para terminar, me uno a los aplausos. Aplausos grandes, gigantes, descomunales, no a las ocho de la noche, sino en todo momento; no desde el balcón, sino desde todos los rincones de nuestra alma; no solo al personal sanitario, sino también a los transportistas que nos siguen proveyendo de lo que necesitamos, a las fuerzas de seguridad, a los empleados de supermercados, farmacias y demás establecimientos que permanecen abiertos, a los autónomos, que se verán especialmente afectadosy en general, a todas las personas que han comprendido cuál es su papel en estos momentos tan difíciles. Es decir, a la mayoría de nosotras y nosotros.

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