Día 7

  • 3 septiembre, 2019
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Día 7

Estimado padre:

Si tiene decidido acudir a la plaza de toros el próximo día 7, permítame que le escriba unas pequeñas líneas a modo de sugerencia, nunca como imposición porque usted consideraría –con toda razón- que me estoy entrometiendo en su forma de educar y transmitir valores. 

Aclarado esto, me gustaría indicarle que, por favor, lleve a su hijo con usted a la plaza el día de la corrida de toros. Que comparta la tarde con usted porque promete estar plena de bienestar y alegría: sol, ambiente magnífico junto con la peña de amigos, música festera animando, los trajes de luces de los toreros que ya acceden al coso…. ¡Un perfecta gozada! ¡Comparta ese momento con su hijo!

Después, explíquele las diversas fases de un lance taurino; dígale que admire la potencia física del toro que ya ha entrado al ruedo: que se fije en su musculatura poderosa, en la longitud de sus cuernos. Infórmele que éstos han sido “retocados” previamente para no ser tan puntiagudos y evitar que dañen en exceso. Insista en que ponga atención a la música porque avisa de la entrada, a caballo, del rejoneador; respóndale por qué el caballo lleva los ojos vendados. Que su hijo observe atentamente la larga pica que porta el rejoneador, que se haga una idea lo que debe pesar y cómo ésta termina en la puya, no muy larga y extremadamente afilada…. A continuación, su hijo deberá poner gran atención en ver cómo la puya entra en el toro, cómo el rejoneador presiona varias veces y con toda su fuerza para que consiga su objetivo que no es otro que romper músculos y órganos internos del toro para que éste comience a debilitarse. Siguiendo sus indicaciones, su obediente hijo estará muy atento y verá cómo –a modo de pequeño manantial- va borbotando constantemente sangre y pequeños trozos de carne del agujero que ha creado la puya una vez que ésta ya ha salido. El rejoneador se retira satisfecho ovacionado con un cerrado y entusiasta aplauso. La sangre sigue brotando incesantemente –su aplicado hijo ya sabía, por usted y por el Colegio, que perder sangre, necesariamente, implica debilidad vital-. 

Las barandillas han sido clavadas muy cerca del agujero sanguinolento.  Anime a su hijo para que comprenda la calidad técnica que existe para clavarlas tan cerca con la dificultad que tiene hacerlo delante de un morlaco tan poderoso. ¡Haga que aplauda como usted hace siguiendo el ritmo de la música! 

Explíquele claramente cuáles son los pases tradicionales que todo torero debe dominar: entre otros, chicuelinas, verónica, navarra, gaoneras, tafallera y la siempre arriesgada zapopinas. Es importante que su hijo sepa distinguirlos para comprobar la calidad técnica del torero, que se ha formado durante mucho tiempo en las Escuelas taurinas –aproveche aquí para hablarle de que las cosas se consiguen con esfuerzo; viene que ni pintado en ese momento-. Hágale notar que el toro ya da muestras de cansancio, visible en sus ojos porque ya no miran a ningún sitio en concreto, en su boca abierta que muestra una lengua caída y en cómo su cuerpo cada es menos negro y más rojo debido a la  sangre que resbala por su piel y gotea sin parar manchando la arena. 

¡Vaya por Dios! Dos intentos infructuosos para intentar clavar la espada justamente en el agujero que le han hecho al toro. Diga a su hijo que, posiblemente, es porque la sangre del animal es muy espesa y es difícil apreciar con nitidez dónde se encuentra el dichoso hueco. ¡Y eso que el toro pone de su parte porque ya casi no se mueve e, incluso, parece facilitar la tarea al agachar su testuz! ¡Aplausos, aplausos! ¡Lo ha conseguido! ¡A la tercera va siempre la vencida! ¡Que su hijo también aplauda a rabiar! La espada entró limpiamente y dentro se queda mientras el torero mira al público y, agradecido, sonríe satisfecho. El animal se tambalea porque ha sido herido en los pulmones; diga a su hijo que le cuesta respirar porque que se está ahogando con su propia sangre. Claudica y agacha las dos patas delanteras. Que su hijo se fije en cómo abre la boca tratando dificultosamente que entre aire en su cuerpo. Está muriendo. Llega la última actuación cuando uno de la cuadrilla del torero se acerca al toro, le saca la espada, nota cómo todavía sigue débilmente vivo, saca un pequeño cuchillo, se lo clava varias veces en la nuca moviéndolo de lado a lado y después le corta las dos orejas –no sin cierto esfuerzo- y el rabo –éste de un tajo-, trofeos que le entrega al torero por haber sido el protagonista de una tarde maravillosa. 

Vuelve a sonar la música: pasodoble optimista y bullanguero que sirve de encuadre para que se retire al toro muerto que va dejando su última impronta en la arena creando un surco que conduce hasta el exterior. 

Comparta con su hijo esta experiencia única; incrementará los lazos afectivos con él. ¡Día 7 que fuera!

P.D. Ya sé que la Ley 26/2018 de “Derechos y Garantías de la Infancia y la Adolescencia”, prohíbe a su hijo que acuda a donde se realicen espectáculos violentos. ¡Una verdadera lástima! Porque estará usted conmigo en considerar que una corrida de toros no lo es, sino todo lo contrario, ¿cierto?

FERNANDO RÍOS SOLER

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