Aromas del pasado

  • 7 noviembre, 2019
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Aromas del pasado

Decía Mateo Marco con su admirable prosa y apesadumbrado por la triste y reciente desaparición de Eustaquio Cabanes, que con él, se nos iba, probablemente, el último testigo del habla de Villena. Cierto es que quedarán para el recuerdo y la historia, no solo sus Cosas de mi pueblo, sino también los escritos de, entre otros, Aquilino Juan Ocaña, Gaspar Archent y más recientemente José María Soler, Alfredo Rojas o José Guillén, pero hemos perdido al notario postrero de nuestra particular manera de hablar el castellano.

Avanzar supone sacrificar, dejar pasos olvidados en el camino, pero siempre es recomendable, necesario echar la vista atrás de cuando en cuando como única forma de rendir tributo y no olvidar el lugar del que venimos. Con toda probabilidad, es la mejor manera, por no decir la única, de comprender dónde estamos y hacia dónde vamos.

Se nos va el habla y se nos van también cientos de tradiciones que creíamos inamovibles. Como aquellos oficios que fueron tan nuestros y hoy solo son sombras del pasado. Hablo de los alpargateros, de los toneleros, de los pastores, de los artesanos de distinta índole, de las encordadoras… Oficios que se han perdido y cuya denominación se antoja rancia, arcaica.

Y luego están los aromas, olores evocadores que también nos pertenecen pero quedan ya relegados a la memoria. El recuerdo de mi infancia me devuelve el aroma al vino de las bodegas que todavía entonces se resistían a convertirse en fantasmas. Me devuelve el aroma del cemen, como se conoce por estos lares al adhesivo que se utiliza con los zapatos; cuando las fábricas de calzado se trasladaron al polígono, se perdió su esencia.

Por fortuna, todavía nos quedan olores que conservar. Es el caso del que emana de los hornos de pan, uno de esos oficios artesanos que se mantienen vivos; como también de la madera cortada y el serrín escapando de las carpinterías. O el olor de las castañas sin el que quizás no se podría comprender la llegada del otoño y el paso del invierno.

Y ese es también uno de los últimos reductos que nos queda, uno de las últimas figuras que emergen entre las sombras del pasado. A veces lo olvidamos, pero la labor que desempeña el Puntero junto al paso Candel, va más allá de una simple transacción comercial.  Nos retrotrae a unos días que aún nos pertenecen, nos recuerda esos pasos en el camino, nos convence de que dichos pasos dejaron huellas, las nuestras y las de todos los que nos precedieron.

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